Restringido
Todo se sabe, hasta lo que no se dice
Según algunos lingüistas, hablar es en el fondo repetir lo ya dicho por otros desde que el hombre empezó a almacenar papeles y libros. Aunque no lo parezca, las palabras no son infinitas, por más estupideces que podamos decir a lo largo de nuestra vida. No nos damos cuenta, pero citamos constantemente; lo que sucede es que o no lo decimos porque lo ignoramos o no queremos mostrar nuestra ignorancia. Las palabras, dicen, se las llevaba el viento; ahora, no. Así, Rajoy sólo tuvo que buscar en los anaqueles de la memoria electrónica lo que su adversario dijo en otro momento sobre lo que ahora niega. Y a él se lo recordarán también. Así hasta que arda Babel. Se sabe todo lo que se ha dicho, pero también lo que no se dice, lo que se calla y se esconde: ese es el gran avance. Se sabe lo que se susurra (Snowden), lo que nunca debería suceder (declaración de la Tercera Guerra Mundial por Isabel II) o el preámbulo de una tragedia anunciada (última conversación de un maquinista antes del accidente). La Universidad de Harvard y la Biblioteca Británica se sumergieron en los 5,2 millones de libros de la biblioteca Google y reconstruyeron lo que llaman nuestro «ADN cultural». Es una secuencia de letras mil veces superior que el del genoma humano, que permite saber cuándo y dónde se ha citado, por ejemplo, a Hitler o a Aníbal, pero también cuando se ha dejado de hablar –por desinterés o censura– de Camus o de Bogard. Pero lo importante es el silencio, lo que no se dice. Callar cuando se debe hablar. Rajoy dijo: «Cometí un error». Citemos el verso de Neruda: «El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de sus errores» (del poema «No culpes a nadie»). Pues eso hizo Rajoy: no culpar a nadie. Pero ahora sabemos que el silencio de los que callan también se archiva en la biblioteca de la humanidad. Algún día sabremos los que han callado en el «caso Bárcenas».