Cristina López Schlichting

Un abrazo para ti

La Razón
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Hacía mucho que no leía nada tan hermoso ni tan útil. «La alegría del amor», la encíclica del Papa Francisco, explica muchas situaciones de hoy que nos dejan perplejos, pero que entretejen ya la vida de todas las familias. Desde los divorcios hasta los problemas para comprometernos. Desde las uniones de hecho hasta la batalla con los hijos difíciles. Desde la instintividad que nos domina hasta la progresiva constatación de que, por más que lancemos anatemas al prójimo, las cosas no cambian, sino que van a peor. El Papa nos reconcilia con la realidad, va devanando el lío y mostrándonos las raíces buenas de las cosas y el por qué se complican tantas veces. El hombre es un ser que busca salir de la soledad que le perturba, por eso busca el abrazo físico o la unión de corazones y vidas. Pero, desde Caín y Abel, la humanidad convive con la experiencia de la ruptura y los enfrentamientos. En el camino quedan matrimonios rotos, hijos heridos, personas tristes. Francisco nos desaconseja condenarlas: «Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre las personas». Nos pide, por el contrario, acompañar a todos y entender que, bajo todas las situaciones, hay personas que luchan y sufren, evitando los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las distintas situaciones. No se trata de relativismo. Pocas veces se ha descrito de forma tan bella la pasión y la amistad que unen a los cónyuges. «Los cristianos –dice Francisco– no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda o por sentido de inferioridad» pero –añade– no tiene sentido quedarse en la denuncia retórica ni imponer normas (por otro lado, nadie nos hace ya caso). Francisco nos propone más bien la ternura y la misericordia, la acogida del otro: «La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas». Nos pide acompañar a las personas al ideal, de forma paciente y gradual, considerando que todos nos vemos influidos gravemente por situaciones culturales contingentes. Valorar, por ejemplo, en las uniones de hecho o los matrimonios civiles «aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios». No para disminuir el ideal, sino para facilitar el camino hacia él. Todos los hombres y mujeres de buena voluntad están llamados al amor. Todos entendemos este sencillo lenguaje y todos nos equivocamos, a menudo gravemente. Muchos, ni siquiera pueden no equivocarse, porque están enfermos o moralmente lastrados. Y no por eso deben ser abandonados en el camino. Nuestro Papa nos explica que no debemos tener miedo, que hay en la Iglesia amigos y amigas que nos quieren y no nos juzgan.