Crisis migratoria en Europa

Zahara de los olvidados

La Razón
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Cualquiera pensaría que imágenes como la que se nos brindaba esta pasada semana en la playa gaditana de los alemanes en Zahara de los Atunes deberían suponer todo un riego por aspersión sobre las conciencias, con esa patera repleta de subsaharianos encallando sobre la arena atestada de bañistas a plena luz del día. Sin embargo, el episodio, más que remover sentimientos de moralidad y escrúpulos, lo que nos mostró fue la existencia de dos realidades paralelas sucediéndose simultáneamente en el mismo tiempo y espacio. Los bañistas mostraron primero perplejidad y después pasaron a una mezcla de curiosidad que terminó en cierta indiferencia volviendo a sus «Niveas y After Sun» cuando la «Santa compaña», tras mezclarse entre ellos como si fueran fantasmagóricos ectoplasmas de piel oscura acabó por volatilizarse entre los pinares cercanos al faro de Camarinal.

Lo de Zahara vino sobre todo a glosar en una imagen tan breve como descarnada la realidad que se vive en esta parte de una Europa que parece negarse a afrontar de manera rápida y eficaz una política común frente a quienes en su infinita desesperación por huir de la miseria, el terror y la guerra pierden la vida ahogados, –casi tres mil muertos contabilizados en lo que va de año– o se arriesgan a la asfixia convertidos en el equipaje de una exigua maleta como ocurriera hace un par de veranos con el pequeño Adou de Costa de Marfil.

El aumento de la llegadas a bordo de pateras como la de Zahara o en tránsito rodado como el que obligaba a cerrar parcialmente la frontera ceutí del Tarajal tiene mucho que ver con el endurecimiento de los controles en otros pasos como Libia, Italia y Grecia, pero sobre todo con la ausencia de una política decidida y común en la Unión Europea. Ahora el grave trastorno vuelve a recaer sobre un flanco español escaso de medios se mire por donde se mire y testigo, números en mano, de la entrada de trescientos ilegales en este 2017.

Hace ya casi dos décadas los socios de la UE se reunían en aquella famosa cumbre celebrada en la sueca ciudad de Tampere. Iba a ser a la inmigración lo que Maastrich supuso antes para la economía. Nada más lejos de la realidad y como tuve oportunidad de dar cobertura como informador a esta cumbre, tal vez tenga una mayor constancia de los diez grandes «acuerdos», algunos de los cuales a día de hoy todavía están esperando un mínimo desarrollo. Ni se ha cumplido el primero sobre una política común de inmigración, ni el segundo sobre fórmulas de asilo y acogida, ni el cuarto sobre el reforzamiento de fronteras exteriores; tampoco se han desarrollado suficientemente los relativos a lucha contra la xenofobia. Es la gran asignatura pendiente de una Europa que se jacta de dar por superados diez años de crisis económica, pero que no acaba de atisbar el tsunami que se le viene encima. O se toma conciencia o como en Zahara los olvidados aparecerán entre sombrillas y tumbonas para recordarnos que existen.