Letras líquidas

Como si fuéramos finlandeses

Los finlandeses se están preparando para el zarpazo ruso desde la Segunda Guerra Mundial. Más nos valdría comportarnos como ellos

Lo bueno que tiene Finlandia es que aparece de manera recurrente en la lista de países más felices del mundo. Lo malo que tiene Finlandia es que comparte 1.340 kilómetros de frontera con Rusia. Nada es perfecto. Los finlandeses se han coronado, por sexto año consecutivo, con el número uno del Informe Mundial de la Felicidad que elabora Naciones Unidas: el PIB per cápita, un sólido estado de bienestar, la libertad para tomar decisiones vitales, la ausencia de corrupción y una elevada esperanza de vida son algunos de los elementos que apuntalan semejante nivel de satisfacción. Pero desde hace varias generaciones sus habitantes miran con recelo hacia el este: un largo historial de tensiones bélicas lo avalan. Y contienen aún más la respiración desde hace dos años cuando las bombas de Putin empezaron a caer sobre Kiev.

Por eso ingresaron en la OTAN, lo mismo que anhelan sus hasta ahora reacios vecinos suecos, y, por eso, las exigencias (o amenazas veladas) de Trump, posible re-inquilino de la Casa Blanca a partir del próximo año, resultan tan relevantes y se anticipan como el guion de la geopolítica contemporánea: Estados Unidos no protegería a países de la Alianza de un futuro ataque de Rusia si sus contribuciones no alcanzan el nivel pactado. Europa obligada a enfrentarse a sus fantasmas antibelicistas. Justo ahora, además, cuando se cumple el segundo aniversario del comienzo de la guerra que se apostó en sus fronteras y en uno de los momentos más críticos para las tropas de Zelenski. Los temores de una derrota ucraniana disparan las teorías sobre un conflicto de dimensiones mundiales. Y lo hacen en una coyuntura política marcada por las elecciones europeas, con unas instituciones acuciadas por otras cuestiones, que pueden parecer «a priori» más tangibles o realistas, como la política agraria, y que afianzan el riesgo de relegar, de nuevo, a la política de defensa común a un ámbito más lejano y hasta un poco peliculero, por esa suerte que hemos tenido de conocer las guerras a través del cine, ignorando el trance tan crítico que atravesamos.

El «modus operandi» del Kremlin no es original: repite con insistencia un patrón que consiste en convertir en real lo que parecía impensable. La guerra en Ucrania o la muerte de Navalni lo confirman. Parte de la comunidad internacional asiste incrédula a ciertos movimientos, incapaz de entender los códigos rusos, tan distantes de sus parámetros democráticos. Otra parte, en cambio, no se sorprende. Los finlandeses se están preparando para el zarpazo ruso desde la Segunda Guerra Mundial. Más nos valdría comportarnos como ellos.