V de viernes

Contaminación radiactiva o el regreso de la atomosofobia

Se trata de una psicopatología emergente que lleva a hacer acopio materiales anti-radiación pese a que puede ser improbable su utilización

Desde que los americanos lanzaron las primeras bombas atómicas, y tras los escapes radiactivos en Mile Island, Chernóbil y Fukuchima, la psicosis por un episodio nuclear es una constante. USA y Rusia almacenan tantas armas que usándolas darían al traste con el mundo que conocemos. De ahí la doctrina de la Mutua Destrucción Asegurada, según la cual no habría ganadores en una guerra atómica. Junto a eso, el miedo a la contaminación por escape en una central. Es casi imposible que suceda, pero llevamos unas semanas en las que se están produciendo escaramuzas en torno a infraestructuras atómicas en Ucrania y Rusia. Saboteadores confesos preparaban un ataque contra Zaporozhie, la mayor de Europa. Hace varios días un dron militar fue derribado a 30 kilómetros de la central de Novovoronezh, y otro cayó a tres kilómetros de la central de Kursk, ambas en el interior de Rusia. Tras amenazar Zelensky con destruir la nuclear de Smolensko, Medvedev respondió que ellos bombardearán otras en Ucrania y Europa del Este.

Bravuconadas al margen, la alarma existe. Los expertos consideran improbable una acción de Putin contra una central nuclear, dado que la dispersión de radiactividad llegaría a Rusia. Está loco, pero no tanto. Pero si Zelenski o grupos de saboreadores incontrolados ucranianos, como los que dinamitaron el Nord Strem 2, actúan contra Zaporozhie u otra central en Rusia, la respuesta estaría asegurada. Zelensky, según ha escrito Luis María Anson, “está dispuesto a desencadenar una guerra mundial antes que perder su guerra de Ucrania”.

Uno de los problemas de esta contienda es la pérdida de control sobre las milicias armadas que actúan sin obedecer a Ejército alguno. Los reactores nucleares no deben ser objetivo de nadie, pues el escape afectaría a todos. Auténticos búnkeres con cinco capas de hormigón, las centrales resistirían incluso el impacto de un avión. El problema es si se daña el suministro eléctrico que impide refrigerar el reactor, o bien que se afecte a los contenedores de residuos o almacenes de material de reposición, vulnerables y con radiactividad.

Improbable, pero no imposible. De ahí el regreso de la atomosofobia, psicopatología que ha vuelto a extender la fiebre por el yodo. Nadie se deber medicar, pues mal administrado y en exceso es nocivo, ya que puede provocar inflamación de la glándula tiroidea y dolencias peores. Tras el desastre de Chernobyl se encontraron aumentos bruscos de yodo 131 radiactivo y estroncio 90 en el ambiente. El yodo orgánico es inocuo y necesario para las personas, pero no así el radiactivo, que es tóxico. Para limitar la fijación de yodo 131 radiactivo en el tiroides, se prescriben pequeñas cantidades de yoduro potásico, con el fin de saturar la fijación de este elemento en la citada glándula y evitar así la entrada del yodo 131. Pero el yodo orgánico no está exento de consecuencias. Opciones naturales son el alginato, la pectina, la catalasa, el superóxido dismutasa o el ácido nicotínico. Algas, almejas, berberechos, gambas, cigalas y el agua de mar tienen también mucho yodo natural.