El canto del cuco

Corona de espinas

La futura reina de España deberá conectar con las nuevas generaciones -cualidades no le faltan- y mirar al futuro, pero sin olvidar las lecciones del pasado

En un día de su vida tan luminoso como el de hoy, cuando alcanza la cifra redonda y florida de los 18 años y jura solemnemente la Constitución, no sé si la princesa Leonor es del todo consciente de la abrumadora responsabilidad que carga sobre sus frágiles hombros y de la corona de espinas que ceñirá su cabeza. Bastaría con que, entre el humo del incienso, en la emocionante sesión de las Cortes pudiera observar las ausencias. No le resultará difícil notar que faltan, en tan señalada ocasión, sus abuelos, los reyes. Es una anomalía llamativa, que demuestra, entre otras cosas, que algo falla y que el pueblo no perdona fácilmente los errores de los reyes por más servicios impagables que hayan prestado a la nación. A partir de ahora, la heredera de la Corona sabe que renuncia a la privacidad y que ha de abrazar escrupulosamente el deber de la ejemplaridad. Hasta su vida sentimental se convierte, de alguna manera, en una cuestión de Estado.

Otras ausencias clamorosas en el histórico acto de hoy son las de los representantes de los partidos de los que depende la presidencia del Gobierno a la que aspira el socialista Pedro Sánchez. Hasta dentro del Gobierno, ahora en funciones, hay una corriente marcadamente republicana. La imprescindible neutralidad política de la Monarquía parlamentaria que rige en España no impide que exista una notable hostilidad hacia la Corona, especialmente en Cataluña y el País Vasco, donde impera el nacionalismo y la secesión, pero también en la mesa del Consejo de ministros. Nada que ver con la esperanza general que despertó, a la muerte de Franco, la entronización de su abuelo en aquella ceremonia esperanzadora de la iglesia de los Jerónimos presidida por el cardenal Tarancón, o, andando el tiempo, con la jura de su padre en las Cortes Generales el 30 de enero de 1986, cuando gobernaba Felipe González, y España era “juancarlista”.

Los tiempos han cambiado y son más turbulentos. Al consenso, que hizo posible la Constitución de la concordia que jura hoy, ha seguido el disenso y la polarización en bloques políticos enfrentados. Tendrá que demostrar cada día, de ahora en adelante, bajo el escrutinio implacable de las redes sociales, con gestos y con palabras, la utilidad de su persona, y de la institución que representa, para la convivencia democrática de todos los españoles. La futura reina de España deberá conectar con las nuevas generaciones -cualidades no le faltan- y mirar al futuro, pero sin olvidar las lecciones del pasado. A eso se llama tener sentido histórico, cualidad imprescindible de la realeza.