Letras líquidas
Corrupción y «fakelaki»
La clave para evitar los desfalcos a lo de todos son unas instituciones sólidas: el refuerzo de la vertebración democrática
Antes de que el Brexit fuera una realidad, la hipótesis del Grexit sobrevoló Europa durante años. Ha pasado mucho tiempo, más de una década, desde aquellos días de la Gran Recesión, los recortes, el pánico por la prima de riesgo, la austeridad y las tensiones norte-sur en Europa condensadas en infaustos acrónimos porcinos. Entonces, cuando Grecia estaba en el epicentro de la crisis financiera, una de sus realidades copaba los reportajes en prensa: la corrupción. La laxitud y la relajación sociales con las que se aceptaban comportamientos que discurrían en los márgenes de la contabilidad oficial, como de Estado paralelo, y que, lógicamente, desordenaban las cuentas públicas. Fue en aquel momento cuando conocimos los «fakelaki», sobres con dinero que representaban en el día a día griego una especie de salvoconducto capaz de acelerar una intervención quirúrgica, obtener el permiso para conducir o reducir los largos tiempos de espera para conseguir una licencia de obra.
Historias cotidianas que salieron del anonimato y el silencio cómplice y llegaron a acumularse en webs convertidas en buzones de denuncia. Una vía de escape digital para romper la «omertá» que consolidaba dos economías en una y que acabó, de paso, con la convicción griega de que las cosas eran como eran y no se podían cambiar. Cuánta importancia tiene la percepción en el asunto de las irregularidades. Tanta que el medidor referente de las corruptelas mundiales es el informe que realiza el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional (me van a permitir que no acuda al CIS para comprobar si la corrupción sube o baja en el ranking de preocupaciones de los españoles: cuando quiera que se publique la próxima encuesta de Tezanos parece evidente, o el sentido común apunta hacia esa dirección, que las alarmas ciudadanas se habrán activado por la eclosión del caso Koldo-Ábalos-Cerdán). Así que, volviendo a la reconocida lista global de desmanes, resulta interesante destacar algunos de los datos que expone en su última edición de febrero, que Dinamarca y Finlandia están en el top de higiene colectiva, que Uruguay, esa Suiza latinoamericana, se afianza como campeona de su región, y que los niveles de corrupción son «extremadamente elevados» en todo el mundo.
Y sobre España... pues caemos cuatro puntos respecto a 2023 y los expertos que realizan la clasificación de las vergüenzas avisan de que la clave para evitar los desfalcos a lo de todos son unas instituciones sólidas: el refuerzo de la vertebración democrática. Justo lo que, desde organismos como el Consejo de Europa, precisamente ahora nos afean. ¿A qué esperamos para eliminar nuestros «fakelaki»?