Tribuna

Desconecte

La evolución de los escándalos seguirá, igual que el embrutecimiento de la vida política o la laminación de la estructura institucional, así que empleen estos días para sumirse en la Semana Santa y no abrasarse

Martes Santo. Les propongo que esta semana se olviden de las noticias; es un plazo más que razonable de desconexión. Dejo a un lado las redes sociales: visto el odio y el encono que generan y alimentan, para ellas aconsejo un ayuno más intenso. Pueden tomar mi propuesta como una terapia frente el estrés; no, desde luego, como una invitación a la ignorancia o al desentendimiento sobre el devenir de nuestro país. Nada más lejos de eso. Lo que sostengo es que si al ayuno cuaresmal añaden este, incluso si lo estiramos un poco más, al retomar el buen hábito de estar al tanto de lo que ocurre en España comprobaremos que nada se han perdido; que un periódico de hoy, 26 de marzo, podrá ser el de 26 de abril.

Pero claro que pasan cosas. Si hacemos un recuento de los últimos quince días me darán la razón. En este plazo han sucedido cosas hasta ahora inauditas pero que, paradoja, no son novedosas de ahí que por un parón no se van a perder nada. Es la monotonía de unas olas que zarandean la navegación que lleva esa nave que es nuestro país, una, luego otra y otra; para algunos, en una navegación sin rumbo, para otros con rumbo fijo. Eso ya lo dejo a su consideración.

Y pasan cosas de grueso calibre. Hemos visto cómo el Colegio de Abogados de Madrid denuncia al Fiscal General del Estado por la revelación de las conversaciones –confidenciales– entre un abogado y la Fiscalía, y todo como ardid para atacar al oponente político. También cómo la corrupción descubierta y denunciada aumenta en intensidad y extensión: nuevos casos, cada vez más repulsivos, y nuevas ramificaciones que se solapan con otros ya conocidos, con la esperanza de que causen el benéfico efecto de hacer olvidar los ya conocidos.

También hemos visto que recién inaugurada la legislatura, el Gobierno se queda sin argumento al no presentar el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, una exigencia constitucional que se toma como un trámite prescindible. Que puedan prorrogarse los del ejercicio anterior lo prevé la Constitución, pero lo excepcional aquí se erige en normalidad, un panorama de incertidumbre extensible a toda la actividad legislativa, salvo para la ley de amnistía, una ley censurada por la comunidad jurídica, la intelectualmente cabal y honrada. Ahora ha recibido dos nuevas censuras: la de los letrados de las Cortes y la del Consejo General del Poder Judicial; aquellos advirtiendo de que es una reforma encubierta de la Constitución y el Consejo razonando su inconstitucionalidad, dos formas de decir lo mismo.

O cómo esa ley recibe las advertencias de la Comisión de Venecia, léase, de Europa, advertencias que se manipulan. También normal. Y como hablamos de esa ley, también vemos cómo se baraja lo nunca visto: plantear un conflicto constitucional entre el Senado y el Congreso, pero, a la vez, también hemos visto cómo se asume, casi como un axioma, que recurrir al Tribunal Constitucional es inútil porque ya se sabe qué va a decir, léase, lo que convenga al Gobierno. Todo normal.

Y ya que hablamos del Consejo General del Poder Judicial, ahí sigue arrastrándose en el sexto año de prórroga, camino de la momificación. Por cierto, aunque se ha retrasado por motivos de agenda, sigue adelante la reunión del Gobierno, perdón, el partido en el gobierno y el principal partido de la oposición en Bruselas, con el Comisario de Justicia como mediador, para llegar a un acuerdo: ¿esperan ustedes algo? Yo nada y menos con el panorama electoral de este semestre. Y como hablamos de jueces, conviene recordar que en estos días y a cuenta del cansino y centenario «conflicto» catalán, también hemos visto cómo son insultados, cómo son un buen pretexto para mantener encendida la llamita de la exaltación/tensión/pasión nacionalista.

Si admitimos una pequeña dosis de frivolidad diríamos que en España desde luego no nos aburrimos, que comparados con Suiza o Luxemburgo nuestro panorama es «apasionante», adjetivo que acepto, pero lo erijo en sustantivo y digo que en nuestro caso lo de apasionante viene de pasión y en la peor de sus acepciones. Para nosotros lo normal es vivir al borde del precipicio, lo hacemos andando por unas trochas nada recomendables para que por ellas discurra nuestra vida política, económica e institucional como país.

Me dejaré cosas en este breve recuento de lo ocurrido en apenas quince días así que desconecten unos días o, insisto, extiéndanlo a varias semanas más que nada cambiará. La evolución de los escándalos seguirá, igual que el embrutecimiento de la vida política o la laminación de la estructura institucional, así que empleen estos días para sumirse en la Semana Santa y no abrasarse. Pero mi consejo tómenlo como terapia, no como desentendimiento: los muchos golpes entumecen e insensibilizan, cuando no acaban desquiciando. Se trata de no recibir más golpes, de recobrar la sensibilidad.

José Luis Requeroes magistrado del Supremo.