Biblioteca Harley-Davidson
Dickens opina
Los clásicos iluminan la noche de los tiempos; detectan atemporalmente la constante trampa humana
A veces olvido que el título genérico de esta columna surgió de la idea de trabajar con las palabras más inmortales de los grandes de la literatura para aplicarlas a las situaciones de actualidad. Pero esta semana estoy de enhorabuena, porque puedo recuperar la senda original celebrando, nada menos, la publicación de un Dickens. Lo edita Gatopardo Ediciones y consiste en una selección de sus artículos periodísticos escogidos traducidos y comentados exquisitamente por Dolo Payás. Charles Dickens fue tan buen periodista como novelista. Su talento era de tal magnitud que sus crónicas periodísticas trascienden su tiempo y sus argumentaciones no han envejecido ni un minuto.
¿Lo dudan? ¿Piensan que estoy facturando el clásico tópico que se usa exageradamente en estos casos? Pues lean lo que escribe Dickens en 1859, cuando el gobierno inglés intenta hacer unas dudosas reformas del código penal para autofavorecerse. El sarcasmo de Dickens es maravilloso y propone que el gobierno, si quiere hacer lo que está intentando, no sea hipócrita y elimine directamente la figura de los jueces. Escribe:
«Algunos acusados que gozan de gran popularidad han protestado alegando que la presencia de esta figura (el juez) obstruye el proceso, pues la naturaleza de su profesión lo obliga a interferir en el juicio de manera constante, cosa que perjudica gravemente sus intereses. A partir de ahora el Juez será sustituido por un caballero, político de profesión, que se ocupará de deliberar en una habitación aislada y recóndita. Es bien sabido que nuestros políticos poseen facultades superiores a las de cualquier criatura terrestre. Esperamos que estos cambios sean considerados lo bastante satisfactorios por los acusados. Cumplido ese objetivo, que es el primordial, solo después esperamos que contribuyan a acrecentar el bienestar y la seguridad de nuestra sociedad».
¿No es una delicia? Clava nuestra actualidad. Los clásicos iluminan la noche de los tiempos; detectan atemporalmente la constante trampa humana. Disfruten a Dickens y no se pierdan este libro prodigioso.
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