Bruselas

Italia: lo que está en juego es el futuro de la Unión Europea

La Razón
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En Italia, el resultado del referéndum finalmente ha dependido de ese factor exógeno que es la Unión Europea y su principal criatura, el euro. Los partidarios del «no», como los populistas del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, contaban con una derrota de Matteo Renzi para avanzar en su rechazo a la moneda única pero, sobre todo, contaban con la salida «inmediata» del primer ministro, que cometió la torpeza de ligar su destino al del desenlace de la consulta, poniendo en el horizonte inmediato una nueva crisis de gobernabilidad en una nación que ha visto 60 gobiernos en 70 años de su historia reciente. Con el adiós de Renzi, el «no» supondrá unas elecciones anticipadas con efectos colaterales en las finanzas italianas y, por ende, en sus vecinos europeos, incluida España, que puede ver tambalearse su prima de riesgo. Medios de referencia como el «Financial Times» han ido más allá al sostener que el «no» causaría un efecto dominó que podría poner en peligro el euro. Las nuevas elecciones podrían terminar con una victoria del partido de Grillo, que ha advertido de que convocaría un referéndum sobre la permanencia en la UE. El calamitoso estado de los bancos italianos –con Banca Monte dei Paschi di Siena a la cabeza– hace temer por su derrumbe, que pondría bajo presión a todo el sistema financiero global debido a la interconectividad del sistema bancario mundial. Pero la situación creada ahora va a generar especial inquietud por la agresividad mostrada por los partidos populistas, en particular el Movimiento 5 Estrellas y la xenófoba Liga Norte, cuyo euroescepticismo les marca en el horizonte electoral. Mientras, que Austria haya vivido el auge del ultranacionalismo hasta el punto de forzar, al modo de la Francia anti-Lepen, una alianza antinatura desde la extrema izquierda hasta la derecha para derrotar la candidatura de Norbert Hoffeer y hacer presidente de la República a un «outsider» de 72 años e ideología indefinida dentro de los tonos del «verde» como Alex van der Bellen –pero, eso sí, europeísta convencido– sólo se explica desde el resurgimiento de un nacionalismo primario que, en Austria, ha encontrado su caldo de cultivo en el miedo a la inmigración musulmana y en el rechazo consiguiente al discurso multiculturalista acrítico impuesto desde la socialdemocracia, que ha dominado en los medios de comunicación y en los principales sectores culturales desde la II Guerra Mundial. Pero si el populismo creciente tiene raíz xenófoba en Holanda, Austria, Alemania y Suecia, la cuestión se complica cuando añadimos la variante de la crisis y la inevitable disputa de unos fondos sociales cada vez más escasos entre los ciudadanos nacionales más desfavorecidos y la creciente inmigración. En Reino Unido, el «Brexit» ha destapado la xenofobia de amplios sectores de las clases trabajadoras, para quienes el ideal europeo y la globalización se han traducido en mayor precariedad laboral y en el endurecimiento de las condiciones para acceder a las ayudas sociales. Detrás del reclamo a la recuperación de la soberanía se hallaba, pues, el rechazo a las consecuencias negativas del libre mercado. Fenómeno similar al francés, país en el que la extrema derecha se nutre del viejo voto comunista y donde el nacionalismo se expresa en la reclamación de un retorno a las fronteras comerciales, que proteja su tejido industrial frente a la competencia de países terceros que, hay que decirlo, no asumen las mismas cargas sociales y fiscales ni los mismos derechos laborales que rigen en la UE. Es la Unión, en definitiva, lo que está cada vez más en juego.