Relevo en el PP

PP: batalla de ideas hasta el final

La Razón
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La primera vuelta de las elecciones primarias del Partido Popular ha transcurrido, como era de esperar, dentro de los cauces de la corrección y la cordialidad de quienes comparten ideas y conceptos políticos y, al mismo tiempo, ha puesto de relieve la existencia de un proceso abierto, disputado y muy lejos de la presumida cocina con que los aparatos de los partidos tratan de condicionar los resultados. Incluso podría decirse que muchos afiliados, a tenor de lo visto ante las urnas, hubieran preferido una mayor orientación del voto por parte de los primeros espadas del partido, que en su mayoría, comenzando por el propio expresidente Mariano Rajoy, han decidido mantenerse en la neutralidad, lo que explica, junto con la premura del calendario impuesto, que sólo un reducido porcentaje de los afiliados se hubiera inscrito para ejercer el voto. En cualquier caso, el nivel de participación no es nada despreciable, más si tenemos en cuenta que se trataba del primer proceso electoral de estas características y, lo que es más importante, nadie puede alegar seriamente que no se haya respetado la libertad de elección. Hechas estas consideraciones, que algunas acusaciones cruzadas entre las candidaturas no cambian, lo cierto es que los militantes han decidido los dos candidatos que pasan a segunda vuelta y cuya victoria final queda a la consideración de los compromisarios del partido –dos tercios de los cuales también elegidos en urnas–, que decidirán en el Congreso extraordinario de los próximos 21 y 22 de julio. A falta de la recta final del escrutinio, y a expensas de posibles impugnaciones, el diputado y exvicesecretario de Comunicación, Pablo Casado, y la exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, se disputarán la Presidencia del Partido Popular y la candidatura a La Moncloa. Ya antes de conocerse los resultados, desde las filas del PP se habían alzado numerosas voces que pedían una fusión de las dos candidaturas vencedoras, con la loable intención de evitar el desgaste inherente a toda confrontación interna y apelando a la necesaria imagen de unidad que debe proyectar el Partido Popular en el conjunto de la sociedad española. Sin embargo, creemos que ese compromiso forzado supondría un error estratégico de largo alcance y que, lejos de evitar fisuras, sólo retrasaría la necesaria toma de posición programática del partido. En efecto, y pese a que ambos candidatos responden ideológicamente al ámbito del centroderecha europeo, militan desde hace muchos años en las filas populares y tienen sobrada experiencia política, sus propuestas están marcadas por importantes diferencias de fondo, de acento, si se quiere, en el discurso que les obligan, cuando menos, a defender su opción hasta el final. Deben ser los militantes, en este caso, los compromisarios elegidos por cada agrupación, quienes decidan si quieren un presidente del partido y, por ende, candidato a la presidencia del Gobierno de la nación, que, como Pablo Casado, reclama más peso ideológico en la toma de decisiones y un refuerzo en las raíces del humanismo cristiano que conforma el modelo liberal europeo, anclado en la libertad individual, la familia y la unidad de la nación, o prefieren otro modelo, el que encarna Soraya Sáenz de Santamaría, con un barniz más posibilista, que prioriza la economía como garantía del estado de bienestar y que, por supuesto, no rechaza el componente más conservador. Ambos reflejan las dos almas del Partido Popular y ambos han sido partícipes, con mayor responsabilidad en el caso de la exvicepresidenta, de un proyecto de Gobierno que está obligado a renovarse para recuperar el terreno perdido y enfrentar con garantías a una izquierda crecida, que parece dispuesta a todo para mantenerse en el poder. Los militantes han hablado y tienen la última palabra.