Gobierno de España

Sánchez quiere elecciones

La Razón
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No hay acción de Gobierno. Sólo cálculo electoral. El fracaso de las conversaciones para formar un Ejecutivo del PSOE con Unidas Podemos ha abierto la espita para un sinfín de declaraciones, anuncios y promesas por parte de Pedro Sánchez que en nada se traducen, con unos Presupuestos en el aire, ante la imposibilidad de desarrollarlos y la incapacidad para llegar a acuerdos con el diálogo político bloqueado. Ayer tuvimos la enésima prueba con las declaraciones del secretario de Acción de Gobierno de Podemos, Pablo Echenique, quien puso en cuestión las palabras de Sánchez acerca de la «desconfianza recíproca» entre PSOE y Podemos para pactar su investidura. Algo que ha considerado una «excusa» para no aceptar un Gobierno de coalición. Mientras rechaza llegar a acuerdos con su «aliado natural» –algo que por lo demás fue recibido con alzas en las bolsas–, Pedro Sánchez sigue con una frenética «actividad» que se traduce en reunirse con distintos colectivos y organizaciones sociales y políticas. De grupos feministas a ecologistas y en el futuro más: empresarios, sindicatos y autónomos. Un paseo por las distintas sensibilidades que todos aplaudimos pero que no ayuda a solucionar el entuerto: quienes te tienen que apoyar no lo van a hacer. Y en medio de todo ello, como si fuera una broma, el presidente del Gobierno llega casi una hora tarde a la recepción oficial en Palma con el Rey «por un problema de tiempo al alargarse las conversaciones con los agentes sociales» (Moncloa dixit). Un encuentro del jefe del Estado y del presidente del Gobierno que, además, fue fijada por el propio presidente. Ni siquiera así fue puntual. El nudo gordiano de las idas y venidas de Sánchez, de tanto encuentro –y desencuentro– se desinfla con el paso del tiempo. Esa progresión de los tiempos parlamentarios que tanto criticó el PSOE cuando el PP negociaba y buscaba el acuerdo en la anterior legislatura. Sin duda Sánchez ha batido récords: hasta cien días para formar Ejecutivo. Y ni con esas. Ha hecho del interim, de una insustancial transición hacia no se sabe qué toda una forma de gobernar. Ayer, tras la recepción en Marivent, el líder socialista, en un tono lastimoso y esforzado, afirmó que «no pierdo la esperanza, no tiro la toalla, creo que los españoles no se merecen volver a las elecciones». Empalma sus palabras con las expresadas por el Rey hace escasos días, en el sentido de que los españoles no desean unos nuevos comicios. Nada dijo tampoco de recoger el ofrecimiento del Partido Popular, de dar un paso a un lado y dejar que otro candidato de consenso con las fuerzas conservadoras ocupe su lugar. Eso no. Menos aún que una coalición de PP y Cs llegue al Gobierno con la abstención del PSOE. Todo para él es una fantasía irrealizable –como la de formar un Gobierno presidido por él–. Y mientras, pasa el tiempo constitucional. Y el presidente, pendiente de los CIS mensuales, teje una posible convocatoria electoral. Con la sentencia del «procés» a la vuelta del verano siguiendo sus propios tiempos jurídicos. Él a lo suyo. A pedir a la oposición que permitan un Gobierno socialista «por la gobernabilidad de España», para abrir paso a una nueva financiación autonómica y desbloquear la situación financiera de comunidades y ayuntamientos. Sánchez tiene la sospecha de que en unos nuevos comicios podría fagocitar parte del voto de Podemos y tener mejor resultado. CIS mediante. Eso, sin embargo, es un tanto peregrino. Como se ha visto, como el propio Don Felipe ha apuntado, los españoles castigan a las fuerzas que no han sido capaces de ponerse de acuerdo. El tablero político es inestable. Él mejor que nadie debería saberlo. Y el voto busca seguridades. Algo que el PSOE no ha sabido –o querido– brindar a los ciudadanos.