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El buen salvaje

Flotilla gratis

Se gustan tanto que se presentan como víctimas pues no hay nada más reconfortante que sentirse protagonista en una película en la que al final no muere nadie de verdad

Tus impuestos vuelven, dice la campaña del Gobierno, y vaya que si vuelven, sobre todo el dinero invertido en pagar los billetes a los integrantes de la flotilla, unos cuantos días de vacaciones altruistas, más que para lavar conciencias para ir de picnic ideológico, pagados por todos nosotros. Si algún español tiene un percance en el extranjero ha de abonar la ayuda que el Gobierno le preste vía consular. Nos devuelven a España, pero apoquinamos de nuestros bolsillos, no del de nuestros vecinos. Sin embargo, Ada Colau y sus compinches, asistidos por el Perpetuo Socorro del Estado, no pondrán un euro: tanto es el respeto que muestran al dinero público los de la alegre pandilla y el Gobierno que nos cobra el doble si no pago una multa a tiempo. El propio Albares, que habla como vestido de húsar, lo recalcó para que nos quedara claro que los excursionistas eran, al cabo, una extensión de la España toda salida de una representación parlamentaria.

Que el Gobierno llame genocida a Israel le sale gratis, bueno, no lo facturará ahora mismo, será una factura a plazos, como se verá, pero no esto. A los flotilleros solo les queda que les indemnicen por el «maltrato» recibido, esa desfachatez de quejarse para hacer del mequetrefe un héroe cuando Hamás aún mantiene secuestrados a cuarenta y ocho rehenes, algunos de ellos muertos. Ada Colau, a la que conocimos por el exhibicionista gesto de miccionar en público, continúa con su política de echar líquido caliente sobre las heridas abiertas en canal.

Se gustan tanto que se presentan como víctimas pues no hay nada más reconfortante que sentirse protagonista en una película en la que al final no muere nadie de verdad, cuidado hasta el diseño de vestuario, ese chándal gris y esas chanclas, todos iguales como en un «happening» feísta de Martin Margiela. La fiesta terminó, justo para el postre de la propuesta de paz que, de salir adelante, los dejaría náufragos de sus delirios. Mientras tanto, a seguir marcando casas y a personas por pertenecer al pueblo equivocado.