Letras líquidas

Fútbol es fútbol o el colmo de la igualdad

Hoy son protagonistas, heroínas; mañana, cuando los ecos del gol ya no se escuchen, será cuando más atención y apoyo requieran

No es necesario remontarnos a Rita Pavone, «perché, perché la domenica mi lasci sempre sola», para certificar que el fútbol ha sido un territorio apabullantemente masculino. De hombres, con hombres, por hombres y para hombres. En fin, que la «partita di pallone» era suya. Sin duda y sin discusión. Tanto que, en numerosas ocasiones, han sido las propias jugadoras profesionales (o hasta el nivel que las dejaran serlo) quienes han asumido su papel secundario en competiciones alejadas de los elevados estándares económicos y de espectáculo de las principales ligas (masculinas). Síndrome del impostor, que dirían algunos. En cualquier caso, y centrándonos en el papel de la mujer dentro del deporte, específicamente en el fútbol, encontramos muchas de las circunstancias o características que se dan en cualquier otro ámbito de la esfera profesional y pública.

Se reproducen los mismos males que en otros espacios y son ellas, las futbolistas, quienes sufren los límites, ese rígido techo de cristal, las diferencias en idénticas condiciones o el conocido como precipicio de cristal que alude a la responsabilidad que asumen las mujeres en momentos complejos o de extrema dificultad. En fin. Al margen de la fragilidad en la que insisten las metáforas, lo cierto es que la épica es un rasgo inherente a las conquistas femeninas. Demostrar mucho más para alcanzar lo mismo que un hombre: que una mujer debe ser excepcional para optar a un puesto de responsabilidad. O a un triunfo en el deporte, sin ir más lejos, como el de la selección española de fútbol imponiéndose a Inglaterra en Sídney: campeonas del mundo.

Su gesta es innegable, pero la impresionante final de ayer es solo la cara amable, el lado que brilla del esfuerzo. Hoy son protagonistas, heroínas; mañana, cuando los ecos del gol ya no se escuchen, será cuando más atención y apoyo requieran porque la realidad es que aún queda mucho por ganar en igualdad y la autocomplacencia por ráfagas, como ésta, no puede ocultar los retos a los que se enfrenta todavía el feminismo, tan contaminado en los últimos tiempos. Creer que todo se ha logrado ya es tan erróneo como insistir en culpas de trazo grueso que alejan a la mitad de la población, o sea, a los hombres, del compromiso con la no discriminación. Aunque ahora, desde luego, debemos disfrutar y celebrar el avance de una transformación social en la historia del deporte, sin añadirle el género. Eso sí que sería, imaginen, el colmo de la igualdad.