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Al portador

Un Gobierno atrapado entre las leyes de Murphy y Finagle

Pedro Sánchez, en las últimas semanas, se ve aprisionado entre la ley de Murphy, hay que considerar el peor escenario posible

Edward Aloysius Murphy (1918-1990) fue un ingeniero aeroespacial estadounidense, famoso sobre todo por la ley que lleva su nombre y que afirma que «si hay varias maneras de hacer una tarea, y uno de esos caminos conduce al desastre, entonces alguien utilizará ese camino». La versión popular reza que «si algo puede salir mal, saldrá mal». Murphy renegó de esa interpretación. Alegaba que su ley es la síntesis de un principio esencial del diseño defensivo, que defiende que siempre se debe considerar el peor de los escenarios posibles. John W. Campbell (1910-1971), editor de Astounding Science Fiction y escritor de ciencia ficción, fue quien hizo famosa la ley, reformulada como corolario de Finagle sobre la Negatividad Dinámica: «si algo puede ir mal, irá mal en el peor momento posible». Murphy, que trabajó en sistemas de eyección de tripulantes de aviones experimentales y en el proyecto Apolo, consideraba las versiones jocosas de su ley «ridículas, triviales y erróneas», pero han triunfado como la ley Chisholm: «Cuando las cosas van bien, algo habrá que haga que vayan mal».

Pedro Sánchez, en las últimas semanas, se ve aprisionado entre la ley de Murphy, hay que considerar el peor escenario posible, y el corolario de Finagle, todo puede salir mal. Solo las profecías demoscópicas del inefable Tezanos le son favorables, aunque no parece creérselas, porque si lo hiciera ya habría convocado elecciones. El inquilino de La Moncloa es incapaz una vez más de aprobar unos Presupuestos Generales del Estado. Debe hacer cesiones permanentes a sus socios «indepes» o paleocomunistas que, además, siempre piden más. La Justicia ha encausado a su hermano. Está impelido por la Unión Europea y la OTAN a que España gaste más en Defensa. Ha tenido que romper un contrato de munición con una empresa israelí –y tendrá secuelas–, para evitar otra crisis con Yolanda Díaz, mientras Montero y Belarra ponen el grito en el cielo. Entonces, todo fue todavía peor. Llegó el «Gran Apagón», todavía no explicado y para el que Sánchez busca, sin encontrar, un culpable que le satisfaga. Y como todo es susceptible de empeorar, el domingo los trenes de la ruta andaluza se pararon durante horas en el regreso del puente del 1 de mayo. Coincidencia, pero empieza a emerger una sensación de desbarajuste. Quizá exagerada, pero está ahí y horada a un Gobierno agobiado, que acaso piense que «la perversidad del universo –y de sus adversarios– tiende hacia el máximo», según el corolario de O’Toole a la ley de Murphy.