Los puntos sobre las íes

El gran aliado de la derecha vive en Galapagar

Desde una mansión es imposible incendiar las calles, montar barricadas y urdir otro 15-M

Que Pablo Iglesias es un mal bicho, lo sabíamos. Que es millonario, también. Que el origen de su fortuna es oscuro, o no, porque quizá esté clarísimo, no se le escapa a cualquier analista de medio pelo. Que paga con dinero negro no lo afirmo yo porque lo admitió él en un cara a cara televisivo con Albert Rivera. Como archiconocido es su machismo cavernícola y cuasidelictivo, ése que le llevó a desear azotar a Mariló Montero –da asco moral sólo recordarlo–. Lo que nunca pensamos es que fuera tan mal político y peor persona de lo que imaginábamos. Y eso que este último listón se situaba ya en la estratosfera. El imaginario colectivo sostenía que era un tío muy listo, amén de un «animal político», entre otras razones, porque ése era el mensaje que nos trasladaban a machamartillo los medios controlados por la verdadera madre de Podemos, Soraya Sáenz de Santamaría, que ordenó alzaprimar el protagonismo del pájaro y su banda en televisiones, radios y periódicos. Ya se sabe que la opinión publicada es la que conforma la opinión pública. El indisimulado objetivo era dividir a la izquierda para vencer en unas elecciones, las de 2015, que se le habían puesto cuesta arriba al PP por los bárcenas, sobresueldos, gürteles, kitchens y demás fechorías. Nunca a nadie se le dio tanta cancha en la prensa como a este personaje marginal, matonil pese a que no tiene ni media bofetada, de lumpen, filoetarra y a sueldo de la narcodictadura venezolana y de esa sangrienta teocracia iraní que asesina a las mujeres que no cubren su rostro con velo. Ese respaldo incondicional provocó que estos sicarios de Chávez y Maduro fueran dopados a las elecciones europeas de 2014, en las cuales se anotaron cinco escaños, y que en su primera comparecencia en las generales de 2015 se metieran en el coleto 69 actas, un indudable exitazo en el que La Moncloa y sus mariachis tuvieron mucho –por no decir todo– que ver. Las de 2016 fueron aún mejores ya que el guirigay liderado por el sujeto de la ex coleta y los dientes negros obtuvo 71. De entonces a esta parte está en caída libre por sus mangancias, sus trolas, sus incoherencias y su comportamiento siciliano: en las de 2019 se tuvo que conformar con uno menos de la mitad, 35 exactamente. Buena parte de la culpa de esta jibarización electoral la tuvo ese casoplón de 1,2 millones comprado por 670.000 euros que es incompatible con lo que él había repetido hasta el aburrimiento, asegurando que siempre viviría en Vallecas y criticando a «los burgueses que residen en chalés de lujo del extrarradio». Aquella noticia, destapada en primicia por Okdiario, marcó un antes y un después. Su innata prepotencia y su lejanía con la realidad le llevaron a presentarse a los comicios madrileños, donde una Isabel Díaz Ayuso a la que él llamaba «tonta» le metió una gloriosa manita de la que aún no se ha recuperado. Me cuentan que ahora su diabólico objetivo es ejercer de caballo de Troya para que el socialcomunismo gobernante y, más concretamente, su máximo exponente, Pedro Sánchez, se la peguen. Se repite la historia. Lo de la tele de Roures es un pasatiempo. Objetivo del objetivo: convertirse en la oposición a un Alberto Núñez Feijóo que, si el diablo y las trampas no lo remedian, será el próximo presidente. Como no es precisamente Einstein olvida un pequeño detalle: desde una mansión es física y metafísicamente imposible incendiar las calles, montar barricadas y urdir otro 15-M. Más que nada, porque ya no engaña a nadie. ¡Bendita dacha!