Con su permiso

El grifo electoral

El agua es y va a ser un problema para España. Nos afecta a todos, y divide a todos en buenos y manos más allá de las afecciones políticas, porque la supervivencia está por encima del credo

Escucha Sebastián la noticia del lío sobre el agua en Doñana y piensa en la frivolidad con que casi siempre nos ponemos frente a esta cuestión. Somos agua, necesitamos el agua, vivimos del agua. El agua traza fronteras y desata guerras; su ausencia empobrece y su exceso arrasa y mata. La economía del mundo transita sobre millones de toneladas de agua de mar y las metáforas más eficaces y universales nacen del agua. Nos alimenta moviendo molinos y nos consuela cuando es agua pasada.

Y pese a todo eso, a pesar de la certeza de que es un bien vital sin el que ni somos ni sobrevivimos, actuamos como si fuera inagotable y hubiera para todos. Bien es verdad que eso tiene que pasar por el tamiz popular del «según se mire» porque lo ciclos de la vida se mueven también para que el agua circule y del mar suba a las nubes para luego crear ríos y regresar al origen.

Pero hace tiempo que ese ciclo se frena o se recorta. Y si el agua fue siempre motivo de disputa, parece evidente que con su escasez creciente y la amenaza de que ese aumento vaya a más, la desavenencia irá también creciendo y afilándose.

No hay agua en Doñana y no parece lo más apropiado sacar adelante un Proyecto de Ley que permita su reparto aunque se fije en su texto que sólo de la superficie. No hay en la superficie tampoco.

Es un tema viejo que los antiguos gobiernos del PSOE dejaron correr, como agua de molino. O, mejor dicho, estancarse, como el de las marismas. El caso es que cuando pudo haber riego no lo hubo para todos y ahora que se quiere ampliar el reparto –hacer justicia, claman los regantes– resulta que lo que no hay para todos es agua.

Piensa Sebastián si este momento en el que la sequía ha vuelto a enseñorearse en España es el más apropiado para impulsar una ley así. Si es pertinente hablar del agua cuando no la hay.

Dice la Junta de Andalucía que se trata de algo así como una recalificación de terrenos, y no una licencia para sacar más agua de donde no la hay, y que se van a cerrar los acuíferos de los que se extrae ilegalmente. Se hace, además, justicia con las zonas que quedaron fuera de repartos anteriores.

Contesta el gobierno central, lleno de la justa ira que no muestra cuando quien plantea problemas con el agua es del partido propio, que es inadmisible y que Doñana no se toca. Pero obvia que tiene desde hace tres años un compromiso de abrir trasvases cuando se necesite agua y ahí sigue, con el grifo cerrado como el cajón donde se guarda el compromiso.

Arriesga uno la vida de un espacio natural que agoniza y mantiene el otro la posición hipócrita de señalar culpas ajenas cuando su responsabilidad es clara.

Se pregunta Sebastián si, dado el cariz del problema y la gravedad que puede tener en el futuro, no merecería la pena que se pusieran de acuerdo todos los que tanto gritan hoy en tantas direcciones.

La ciencia avala la necesidad de no seguir sacando agua de Doñana. La Naturaleza reclama su supervivencia y quienes la defienden se parten el brazo y el alma porque podamos seguir manteniendo territorios así. Los políticos usan el grifo del agua como herramienta electoral y gritan y graznan sobre el campo que no se atrevieron o no quisieron pisar, señalando problemas cuya solución está o estuvo en su mano.

¿Es tan difícil que hablen todos? ¿Es tan complicado mirar más allá de mayo o el horizonte electoral de diciembre? ¿Qué nos diremos si Doñana se muere y nuestros hijos pasean en un par de décadas por un secarral?

Hasta los popes del negocio de la Inteligencia Artificial han tenido vértigo de la velocidad de su avance y han pedido que se pare, se temple y se mande de nuevo.

El agua es y va a ser un problema para España. Nos afecta a todos, y divide a todos en buenos y manos más allá de las afecciones políticas, porque la supervivencia está por encima del credo.

¿No es esa razón suficiente para que las administraciones en disputa, los técnicos, las organizaciones ecologistas y los regantes y ganaderos se sienten a hablar de Doñana? ¿No es motivo el panorama de sequía que tenemos para que haya en España un gran pacto sobre el agua? Un pacto de verdad, no una componenda de electoralismo político.

El agua es un problema universal, global. Su escasez, de cuestión de supervivencia. No ya de salud, no: de mantenimiento de la propia vida.

Sebastián piensa en el reciente y presente ejemplo del cambio climático y la dificultad para acuerdos internacionales.

Bien, pues lo del agua ya está aquí. Directamente relacionado con ese desastre medioambiental, pero con los dientes mucho más afilados.

En España hay una oportunidad para buscar un gran acuerdo. Doñana tiene que ser el comienzo de la toma de conciencia no la chispa del incendio superficial.

El agua no sale del grifo eternamente. Y la política no puede eternamente utilizar el agua como grifo electoral.

Pero se malicia Sebastián que esto será otra oportunidad perdida.