
Apuntes
Hay que saber cuando toca rendirse
Felicitaciones al fino estratega iraní que organizó la matanza de judíos del 7 de octubre
El periódico israelí «Haaretz», típico y tópico socialdemócrata, publicaba ayer unas imágenes tomadas por satélite de la montaña que alberga la central de procesamiento de uranio iraní de Fordow, con daños aparentes en la entrada del túnel y algunas cicatrices en las laderas. Nada espectacular, pero lo mismo Trump dice la verdad y las bombas antibúnker –cada una pesa 14 toneladas y dispone un sistema de detonación progresivo que parece ciencia ficción– han penetrado los 90 metros de roca, hormigón y arena que protegen las centrifugadoras. La OIEA no ha detectado, de momento, aumento de la radiactividad en la atmósfera, pero eso no significa que el interior de las instalaciones subterráneas no se esté friendo.
En cualquier caso, parece llegado el momento de que los ayatolás se pregunten si merece la pena seguir resistiendo en una batalla que no van a poder ganar. Es cierto que sus misiles han superado algunas veces la barrera defensiva israelí y que siempre les queda la opción de recurrir al terrorismo, pero matar unos pocos judíos más o atentar contra intereses occidentales o mandar algunos «lobos solitarios» a apuñalar indefensos transeúntes no va a cambiar el hecho de que su espacio aéreo pertenece al enemigo, sus estructuras de mando y control han sido penetradas hasta la cocina por el Mossad y han quedado inoperativos la mayoría de los sistemas de vigilancia electrónica.
Además, ya saben cómo va esto si los chicos de Washington deciden asegurarse de no dejar un centrifugadora en uso. Oleadas de misiles de crucero, bombardeos de la red eléctrica y los puestos de mando, destrucción de puentes y sistemas de alcantarillado... nada que no sepamos de lo de Irak. No parece que los gringos vayan a repetir el error de «poner botas sobre el terreno», pero, sin oposición digna de ese nombre, no descarten una operación de comandos aerotransportada, protegida tácticamente por sistemas optrónicos satelitales, drones de vigilancia y pantallas de fuego de las unidades terrestres de hasta tres kilómetros de profundidad. Nada que hacer. Entrarán en los túneles de Fordow y sellarán la entrada. Todo el dinero que se han gastado los ayatolás en fabricar unas armas a base de ingeniería inversa que no han valido para nada, las toneladas de propaganda del miedo y el entretejido de una red de apoyo –Siria, Líbano, Gaza, Yemen– que se ha venido abajo al primer empuje serio de Israel se han demostrado inútiles.
Más les hubiera valido dedicar tanto esfuerzo en mejorar las condiciones de vida de una población que, al menos, las gentes con las que traté en Teherán, Bam y Kermán, es amable y acogedora. Pero no. Las tiranías, religiosas o no, se sostienen sobre el concepto de su superioridad moral y la estrategia de una uniformidad social imposible –y no hablo del sanchismo– en la que la disidencia es un crimen. Ahora, los ayatolás se quejarán de la existencia de un ejército de traidores al servicio de Mossad. Lo mismo algunos son familiares o amigos de los torturados, ahorcados y encerrados de por vida en las cárceles del régimen. También, gentes hartas de la corrupción y la violencia gratuita de los mulás. Por no citar a esas chicas jóvenes a las que los clérigos lavan la cara con mistol si entienden que van maquilladas. Y, por cierto, felicitaciones al fino estratega que organizó el pogromo antijudío del 7 de octubre de 2023 para entorpecer los acuerdos de paz entre Israel y Arabia Saudí. Como verán, ha sido todo un éxito.
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