Editorial
Hemorragia en una coalición fracasada
España afrontará en unos meses dos citas con las urnas que deben ser históricas. Solo así se catalogará el hecho de que el peor gobierno de la democracia sea desalojado por el mandato de la voluntad popular
La coalición de gobierno atraviesa uno de los peores momentos en estos años de peripecias. Las relaciones se encuentran tan desgastadas que todos los escenarios probables están necesariamente abiertos por más que el discurso posterior a la bronca parlamentaria por el debate de la ley del solo sí es sí se centró en salvaguardar el futuro del proyecto en común. Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, como ha informado este periódico, se han conjurado para que el desencuentro frontal y abrupto no sobrepase el límite del no hay retorno, pero Unidas Podemos, que es la tercera pata en la mesa coja del Consejo de ministros, no parece compartir esa inclinación por cerrar filas, especialmente porque el horizonte electoral lo condiciona todo.
Ayer mismo, en otro episodio esperpéntico, desmintió al PSOE y negó el acuerdo en la Ley de Vivienda que ya celebraba. El presente es francamente desalentador a los ojos de una ciudadanía que está padeciendo como ninguna otra en Europa los rigores de la crisis de precios, a rebufo de los estragos brutales por la pandemia y la guerra. En la dirección del Estado se agolpan socios y aliados enzarzados en sus peleas domésticas aderezadas por las mezquindades de una refriega política que abochornaría a cualquier gobernante con un mínimo de pulcritud institucional.
Cuando cada día es más complicado alcanzar el final de mes en demasiados hogares españoles, cuando el propio Gobierno rebate su relato de éxito con la imagen de la ejemplar e indispensable contribución de los abuelos y sus pensiones en el sustento de las familias, los españoles necesitarían un Ejecutivo que sumara y aportara remedios y respuestas, tan lejos de uno que se ha transformado en el primer problema de la nación. La ley del solo sí es sí ha sido el paradigma del fracaso de una coalición de izquierdas, populista y antisistema que, con las estadísticas en las manos, ha empeorado la vida de los españoles y ha degradado la democracia y sus principios. Suturar las heridas abiertas entre socialistas y podemitas con el propósito de frenar la hemorragia de descrédito es algo poco probable, pero no imposible; pero ponerse a disposición del interés general y de los ciudadanos nos parece inimaginable.
Un cierto sentido de Estado y un mínimo decoro político en este gobierno bifronte convertido en inmisericorde oposición de sí mismo conduciría en cualquier estado de derecho consolidado y pleno a la convocatoria de elecciones para someterse al juicio y al escrutinio del pueblo soberano. Obviamente, ninguno de los socios monclovitas contempla un porvenir que los abocaría a la retirada del poder antes de tiempo. El país está condenado a soportar la gresca pública entre los ministros y los destrozos consiguientes del desgobierno. España afrontará en unos meses dos citas con las urnas que deben ser históricas. Solo así se catalogará el hecho de que el peor gobierno de la democracia sea desalojado por el mandato de la voluntad popular.
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