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Tribuna

Hey Donald! Sorry, su patio de atrás ya es chino

La Doctrina Monroe nació en un mundo donde bastaba una advertencia desde Washington para que París o Madrid se lo pensaran dos veces. Hoy la geopolítica se juega desde Shanghái y Pekín

Hey Donald! Sorry, su patio de atrás ya es chinoRaúl

Ya sabemos que usted considera al mundo entero el trastero de Estados Unidos, salvo un puñado de autócratas amigos a los que trata con indulgencia. Pero detengámonos en lo que históricamente se entendió como la esfera de influencia de Washington: Centroamérica y Sudamérica. Ese espacio hoy está desordenado y, para peor, tiene copropietario.

I’m sorry, Mr. President! Lamento decirlo en español, claro y desde su teleprompter, ese mismo que en la ONU le generó tanto fastidio: el «patio de atrás» que pretende volver a reclamar como propio ya no lo es. Y el reciente «interés» por salvar a la Argentina de otro naufragio no hace más que confirmar su ambición, una ambición que inevitablemente será también su próxima frustración.

El mapa lo expone con crudeza: México, con Claudia Sheinbaum, no acompaña ni acepta el muro por más redadas en la frontera. Lula en Brasil, cuanto más lo castigan con aranceles, más soja y más carne envía a Pekín. Y Milei, su aliado ruidoso y adulador profesional, convive en las pampas con otra realidad: el complejo agroindustrial argentino está en manos chinas, BYD desembarca en Buenos Aires como una superestrella y el swap de Pekín llega con mayor rapidez y flexibilidad que las promesas de Scott Bessent.

De ahí surge la idea de una Doctrina Monroe 2.0. En un reportaje del Christian Science Monitor, el diplomático e investigador Jorge Heine explicó con precisión que la Casa Blanca pretende revivir aquella política de 1823 para reclamar Centro y Sudamérica como territorio exclusivo. Pero advirtió lo obvio: el crecimiento exponencial de China en la región hace imposible restaurar esa hegemonía. «Ese caballo ya salió del establo», dijo Heine.

La Doctrina Monroe nació en un mundo donde bastaba una advertencia desde Washington para que París o Madrid se lo pensaran dos veces. Hoy la geopolítica se juega desde Shanghái y Pekín. Los barcos que parten de Santos o de Rosario ya no tienen como destino privilegiado los puertos estadounidenses. Nadie en América Latina cree en el mito del «patio trasero»: lo que importa es el mejor postor, y ese llega desde China.

El caso argentino lo confirma. Mientras la Casa Blanca promete una remake del Plan Marshall sin calendario, nadie sabe si habrá un dólar antes de las legislativas de octubre, Pekín ya se llevó efectivo. El ministro de Economía levantó de urgencia los impuestos a la soja para hacerse de divisas rápidas y evitar una corrida. El mayor beneficiado fue la estatal china Cofco, que adelantó ventas por más de 1.200 millones de dólares y aseguró provisión para sus plantas.

La paradoja es brutal: Washington habla de rescatar a Milei, pero la medida terminó siendo un regalo extraordinario para Pekín. Cofco se quedó con la parte del león, los productores locales denuncian estafa y la presencia china en el agro argentino se refuerza como nunca. América Latina escucha los sermones en inglés, pero hace caja en mandarín.

Y no se trata solo de Argentina. En Brasil, los coches eléctricos chinos, cada vez más comunes en los Uber de São Paulo, se han convertido en embajadores callejeros de la nueva dependencia tecnológica. En Perú, el megapuerto de Chancay transformó una zona turística en una plataforma logística controlada por Pekín. En Panamá, los puertos que alimentan el canal más estratégico del hemisferio permanecen bajo el aliento del capital chino. El patrón se repite: mientras Washington sermonea, China financia, construye y circula en la vida cotidiana de la región.

En ese tablero aparece también Venezuela. La promesa de una intervención militar directa ya no se explica solo en clave de dictadura: busca cortar de raíz los vínculos de Caracas con los países que Washington considera enemigos, China, Rusia e Irán, y recuperar un espacio donde la influencia norteamericana hoy es mínima. Pero la amenaza choca con la realidad: la región diversifica socios y Pekín lleva la delantera con contratos, inversiones y swaps que pesan más que cualquier advertencia desde Washington.

Para no aburrirlo, Mr. President: su lógica no es equivocada, pero confunde el camino. Los gritos y las amenazas solo multiplican la resistencia. China, sin discursos de libertad ni devoción por la democracia, ha ganado influencia con modales de seducción, inversiones, contratos y una billetera más holgada y, si se quiere, más generosa. Usted invoca a Monroe; ellos practican la persuasión del siglo XXI. Y en ese terreno, me temo, la partida ya está bastante inclinada.

Bye.

Juan Dillon, es periodista y analista en temas internacionales.