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El canto del cuco

El huerto del poeta

Alfonso Fresno está convencido, con Anatole France, de que un pueblo no existe más que por el sentimiento que tiene de su propia existencia

El viaje ha valido la pena. Un sol radiante iluminaba los campos, que, en vísperas de San Juan, ofrecen con las últimas lluvias un aspecto exuberante, pletórico. Blanquean las cebadas, resalta el rojo de los ababoles en los costeros e iluminan el camino del viajero los escaramujos en flor. Hacía tiempo que uno no disfrutaba del esplendoroso espectáculo de la primavera, tan breve en estas soledades, que te devuelve a la infancia perdida. Superado Ayllón y cruzada la muga de la provincia de Soria, se toma el desvío a Piqueras de San Esteban, atraviesas sus calles solitarias, el camino se estrecha y zigzaguea, pasas por fin Morcuera y un poco más arriba aparece el caserío de Quintanas Rubias de Abajo. Hay que seguir subiendo hasta alcanzar el destino: Quintanas Rubias de Arriba. La calle de entrada, la Cuesta de la Venta, es una mezcla de calle y camino. Se nota la huella de la despoblación en la hierba recién segada para la ocasión. Entre la floresta, a un lado se ven las puertas cerradas de las pequeñas bodegas vacías y al otro, colgadas de las paredes entre el ramaje, las placas de los poetas, que son la novedad de este pueblo soriano.

La curiosa iniciativa ha sido de Alfonso Fresno, un maestro jubilado, que ha querido convertir su pueblo, Quintanas Rubias de Arriba, que llegó a ser villa con jurisdicción de señorío en el censo de Floridablanca, ahora una aldea casi deshabitada del Ayuntamiento de San Esteban de Gormaz, en «el huerto del poeta». En realidad, huerto de los poetas, vivos y muertos, con preferencia los de la tierra. En las láminas, extendidas por todas partes, hasta los más inverosímiles, en las tapias, en los troncos de los árboles, en las paredes de los edificios, figuran, en cada una, un poema y la foto del autor. Esto da pie a una reunión al año de poetas y escritores en este rincón mágico, entre Tiermes y Gormaz, donde afloran, aún inéditas, ruinas romanas y donde campea el enebral. Ese ha sido el motivo del viaje, huyendo, de paso, de la tormenta política. Alfonso Fresno está convencido, con Anatole France, de que un pueblo no existe más que por el sentimiento que tiene de su propia existencia.

Al llegar a las primeras casas, sonaron abajo, en la pequeña vega, casi lleca, los gaiteros. Eso sirvió de orientación. El sonido venía de la Fuente de la Ermita. Rodeados de árboles y oyentes, un grupo de poetas decía allí sus poemas entre el rumor del agua.