Con su permiso
La humanidad como principio y como fin
Frente a los infiernos presentes y futuros, aferrarnos a la humanidad, «y hacer que dure, que perdure… y dejarle espacio»
Evelia relee cada poco tiempo «Las ciudades invisibles» de Italo Calvino. Siempre encuentra miradas diferentes, nunca son los mismos lugares aunque repita el orden de la última lectura. Se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo le hace al emperador de los tártaros. Como explica el propio Calvino, un «emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina».
Una reflexión del propio viajero cierra la obra y deja al lector suspendido en su propio tiempo con una verdad que es universal y eterna: «El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».
El pasado miércoles, se celebró el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Hubo en Murcia un acto central, presidido por la Reina Doña Letizia en el que se entregaron las medallas de oro a Almudena Ariza, Emilia Lozano, César Bona, Cruz Roja Burkina Faso y el proyecto Nasco Feeding Minds.
Lo siguió por «streaming» Evelia y se emocionó con las historias que hay tras los premiados y el compromiso renovado de la institución, que cumple 160 años, con la solidaridad y la humanidad, el humanismo, en su sentido más amplio. Pero realmente se conmovió al escuchar el Alegato de la Humanidad que en ese acto del miércoles hizo público Cruz Roja Española en la voz y desde el corazón de un viejo periodista radiofónico. Arrancaba precisamente con el último párrafo de «Las ciudades invisibles» para constatar que una mirada rápida a nuestro entorno nos revela que no son pocos los infiernos contemporáneos. «A diario –reza el manifiesto– millones de personas se enfrentan a travesías inhumanas para seguir viviendo y, enterradas sus historias bajo abrumadoras cifras y eufemismos, encuentran a menudo, frente a su infortunio, insensibilidad o indiferencia. A diario, millones de personas viven con la incertidumbre de si el día que amanece será el último; de si habrá algún sitio al que volver si logran sobrevivir a la guerra. A diario, millones de personas sufren los efectos de un clima que amenaza la existencia misma. Que arrasa todo a su paso con lluvias torrenciales, que anula con sequías la fuerza de la tierra para sostener la vida, que arrebata a muchos la nada que tenían. Hay más. A diario millones de personas se sienten solas. O se ven resignadas a vivir en la exclusión. O son derrotadas, finalmente, en su esfuerzo por sobrevivir. En mitad de todos ellos, sin embargo, hay lugar para la esperanza. Porque también a diario millones de personas eligen ser acogida para quien llega, ser consuelo para quien pierde todo, ser asistencia en mitad de la violencia». Recuerda el Alegato que Cruz Roja nació como símbolo de protección y ayuda durante la guerra, pero «siguiendo la naturaleza universal del sufrimiento, no detuvo su acción en el conflicto».
Manteniendo el hilo del manifiesto, Evelia hace suya la idea que, para Cruz Roja, refuerza hoy, más si cabe, la necesaria acción y presencia de la organización. «Observamos consternados la normalización de discursos que cuestionan la dignidad de los otros, que despojan a quien sufre de su condición humana, que incitan a la indiferencia frente a sus padecimientos o que exigen, sin pudor, la inacción frente a los mismos. Utilizan para ello argumentos vergonzosos a la decencia, cuando no directamente falsos. Alientan la polarización; cuestionan el derecho y el deber de socorro. Frente a ello, es necesario volver a recordar la importancia de reivindicar la humanidad y el humanitarismo. La primera, como sentimiento de benevolencia activa con los hombres; la segunda como la extensión de una idea de humanidad que no solo busca evitar el sufrimiento sino extender la felicidad».
Casi se levanta Evelia a aplaudir cuando en el Alegato, Cruz Roja le pone a ella y a todos los que quieran oír ante una verdad que no admite discusión: «Cuestionar el deber de socorro, condicionarlo no al grado de sufrimiento y de necesidad, sino a quién reciba la ayuda o a dónde ésta se dirija, es cuestionar el principio de humanidad en sí mismo y, al cuestionar el derecho a ser ayudados, no hablamos del derecho de los otros, sino del de todos. Porque si aceptamos hoy que el sufrimiento no es común, que no nos iguala como personas y aceptamos parcelarlo para establecer la legitimidad de su respuesta, aceptamos el riesgo de que alguien, algún día, encuentre una categoría, una parcela, en la que nosotros no encajemos».
Piensa Evelia que esta llamada de atención de Cruz Roja Española debiera tener la mayor difusión posible. Todo el Alegato, toda esa reivindicación de la humanidad, del humanitarismo es hoy no sólo una opción sino la única forma realmente eficaz y, por supuesto, humana de afrontar lo que tenemos y lo que nos viene. Frente a los infiernos presentes y futuros, aferrarnos a la humanidad, «y hacer que dure, que perdure… y dejarle espacio».