Investidura

Irritar a todos

Adolfo Suárez, ante la certidumbre de que grandes sectores de la sociedad no querían que fuera presidente, optó, patrióticamente, por no seguir al frente del Gobierno

Adolfo Suárez ha sido sin duda uno de los grandes presidentes del Gobierno que ha tenido España. Era un honor compartir con él, como periodista, viajes nacionales e internacionales y cuando, en la agencia Europa Pres, di la primicia de su dimisión lo hice con el sentimiento de que la política española perdía a uno de sus grandes valedores, que, junto al Rey don Juan Carlos, habían capitaneado la hoy denostada por algunos Transición.

Lo de consolidar la democracia no fue tarea fácil porque llegaba fuego enemigo desde todos los flancos, pero se logró. Es lo que permite que ahora algunos se aprovechen de ella, para dinamitar la Constitución y, lo que resulta más triste, la convivencia entre los españoles, algo que ya se consuma y tiene difícil solución. No creo eso de que se haya llegado, como dicen muchos, al punto de imposible retorno; todo, en esta vida, menos la muerte, se puede resolver y aún está a tiempo de encauzar las cosas de otra manera el que tiene la responsabilidad de hacerlo.

Algunas semanas después de su dimisión, un reducido grupo de periodistas nos reunimos a comer con Suárez en un restaurante del barrio de Salamanca. Siempre fue un patriota y no oímos de sus labios ningún reproche, salvo los comentarios derivados de las lógicas discrepancias políticas que forman parte del ADN de cualquier régimen democrático. Al preguntarle por los motivos de su dimisión se me quedó grabada la idea que nos transmitió. Las dificultades de llevar adelante la Transición y consolidar la democracia habían conllevado la irritación de lo que entonces denominábamos “poderes fácticos”: La economía, las Fuerzas Armadas, sectores importantes de la Iglesia, Justicia y un cierto desapego popular, como consecuencia de todo ello. En su caso, que nada tiene que ver con lo que ocurre ahora, esa irritación era un tanto peculiar y, pasados los años, creo que injusta. Para culminar la Transición había que pisar algunos callos y aquello no se terminó de entender por los que se sentían agraviados.

Adolfo Suárez, un patriota, insisto, comprendió que, en esas circunstancias, no debía seguir siendo presidente del Gobierno y presentó su dimisión al Rey. Semanas antes formé parte del grupo de periodistas que cubrieron la información de su viaje a Ceuta y Melilla, ciudades autónomas con una fuerte presencia y tradición militar. El frustrado golpe del 23-F ya se estaba gestando y la tensión castrense se respiraba en el ambiente. Suárez era un hombre valiente y mantuvo sendos encuentros con representaciones militares. Lo que conseguimos saber es que no se habían desarrollado, pese a las informaciones oficiales, en un clima tranquilo y un militar le llegó a preguntar si la llamada “operación Galaxia” (investigada en 1978 como la preparación de un golpe de Estado, de la que había sido protagonista precisamente Tejero), no había sido simplemente un invento del Gobierno. Era diciembre de 1980, dos meses antes del 23-F. Cosas de la vida.

Anécdotas aparte, viene el recuerdo de Suárez y los motivos que nos explicó para su dimisión --supongo que habría otros de carácter personal—por lo que ocurre ahora. Tras el golpe y un efímero mandato de Leopoldo Calvo Sotelo, el socialista Felipe González alcanzó el poder con una mayoría aplastante y, llegado el momento, cuando Aznar ganó las elecciones, pese a haber tenido la ocasión de formar extrañas coaliciones contra esa victoria, permitió la alternancia, una de las leyes básicas, no escritas, de la democracia. Ahora, no ha sido así y asistimos a unos momentos que quienes tuvimos la suerte de informar de todo lo que ocurrió en la Transición y asistir a los debates constitucionales, jamás pensamos que podría ocurrir. La responsabilidad es de quien acomete sus actos, pero la realidad es que se está consumando una división entre españoles que en nada va a beneficiar en el futuro. Apelar al patriotismo de Suárez, al respeto de las reglas del juego de Felipe González, lo sé, es una quimera. Pero por dejar el testimonio que no quede.