
Letras líquidas
Islandia y la resaca del 8M
La labor polarizadora de Vox, Podemos y Sumar ha terminado por distorsionar el mensaje feminista al confundirlo con el debate partidista más crispado y radical, hasta reducirlo a un término politizado del que muchos quieren alejarse
Se le llamó el «Día Libre de las Mujeres», pero también se conoce como el «Viernes largo». Fue el 24 de octubre de 1975 y se convirtió en un día especialmente intenso para los hombres islandeses que, al contrario de lo que pueda parecer, lo tomaron con mucho ánimo. Las mujeres de Islandia decidieron parar sus actividades, las de casa y las de fuera, y consiguieron hacer historia. Aquella jornada no solo supuso una revolución en su país, Vigdis Finnbogadottir, una madre soltera divorciada, logró ganar las elecciones presidenciales de Islandia en 1980 y se convirtió en la primera mujer presidenta en Europa y la primera en el mundo elegida democráticamente como jefa de Estado. Islandia es, desde entonces, referente en la igualdad de género y aquella huelga sirvió de inspiración para otras muchas que se extendieron por el mundo y se adaptaron al 8 de marzo.
De hecho, la que se celebró en España en 2018 puede considerarse el pistoletazo de salida de unos años dorados del feminismo patrio. Que duraron, por cierto, muy poco. Entonces, no hace tanto, en realidad solo siete años, parecía consolidarse una especie de acuerdo social transversal que consideraba la lucha por la equidad como un valor, una señal de progreso colectivo, y que incluía, por supuesto, la participación activa de los hombres. Décadas de esfuerzos, mucha pedagogía y varias oleadas feministas empezaban, por fin, a dar sus frutos y a normalizar una palabra que no, no es el antónimo del machismo (parece increíble, pero aún hay quienes necesitan que se les recuerde). El feminismo se hizo cotidiano y de casi todos. Pero llegaron los extremos. La labor polarizadora de Vox, Podemos y Sumar ha terminado por distorsionar el mensaje feminista al confundirlo con el debate partidista más crispado y radical, hasta reducirlo a un término politizado del que muchos quieren alejarse.
Desde entonces, cada 8M se vive y se interpreta como un resumen, un reflejo o una representación de lo ocurrido ese año: las tensiones en el Gobierno por la «ley trans» o las nefastas consecuencias del «solo sí es sí», sin ir más lejos. Y esta última conmemoración, claro, salpicada por las acusaciones de acoso o abuso sexual: Errejón y Monedero como espejo de quienes se autoproclamaron adalides del feminismo. Ante el silencio cómplice que denuncian las víctimas y que parece rodear esos casos, no puedo evitar acordarme de un concepto acuñado por las mujeres islandesas, «konur eru konum bestar», que se ha hecho cotidiano en su país, y que apuesta por el apoyo y el soporte real entre mujeres. Islandia, otra vez, como ejemplo.
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