Apuntes

La izquierda no cree en el cambio climático

Como en Valencia, llevan décadas anunciando la catástrofe pero paran las obras que pueden paliarla

Dado que la izquierda y los nacionalistas le montaron una manifestación de exigencia de responsabilidades a Carlos Mazón con los cadáveres de las víctimas de la riada aún calientes ya puede don Miguel Polo, presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ para los amigos), explicar a fondo y muy clarito ese silencio de dos horas y media mientras la rambla del Poyo acumulaba caudales, ya que, al fin y al cabo, ejerce un cargo directivo bajo un gobierno social comunista, sostenido parlamentariamente por los nacionalistas, y no vaya a ser que algunos, que siempre hay gente mal pensada, empiecen a tejer hilos conspiranoicos.

Supongo, don Miguel, que en aquellas horas estaban más preocupados por si aguantaba la presa de Forata, que desembalsaba a razón de 1.000 metros cúbicos por segundo, mientras le entraban la friolera de 2.000 metros cúbicos por segundo. Cualquiera, con el recuerdo del embalse de Tous en la mente, se hubiera dejado sorprender por la artera subida de caudal del barranco del Poyo, pero ello no justifica el silencio de meses ni, por supuesto, el mirar para otro lado, haciéndose el sueco, mientras los camaradas crucificaban a Mazón.

En realidad, la experiencia y algunas lecturas me tienen enseñado que cuando la izquierda sobreactúa y se ven, como decía Indro Montanelli, arder las antorchas y alzar las horcas, la obligación del periodista es ponerse del lado de la bruja. Te podrán quemar con ella, pero es lo que toca hacer. Y aquí estamos en lo mismo.

Saben perfectamente los socialistas valencianos y sus socios nacionalistas de Compromís que durante sus legislaturas se pusieron todos los obstáculos posibles para impedir que se llevaran a cabo las obras de embalsamiento, laminación y encauzamiento de avenidas, en una zona donde las danas (eso que los supuestos fachas de ahora llaman «gotas frías») forman parte consustancial a la meteorología local, que ya habían sido informadas técnicamente y con la evaluación de impacto ambiental. En su lugar, Ximo Puig y compañía se sacaron de la manga una ley de protección de la huerta, con el peregrino razonamiento de que ejercería como «esponja» frente a la fuerza de las riadas, lo que visto el resultado –tardarán mucho tiempo en recuperar la infraestructura de regadíos, caminos, corrales y almacenaje– no parecía muy sólido. Pero estaba en la línea de las últimas tendencias del ecologismo occidental, ese que gasta miles de millones de euros de dinero público en «renaturalizar» ríos y que se fastidie el personal si le falta agua en el grifo o se le quema la casa.

Hay que desear que lo del calentamiento global sea una filfa o un nuevo método de control de la población, de esos que se basan en el miedo, porque como sea verdad estamos listos con esta izquierda ecologeta y tal que desde hace décadas profetiza terribles periodos de sequía, lluvias torrenciales demoledoras y subidas inclementes del nivel del mar, pero que se opone, en nombre de la naturaleza, a cualquier obra destinada a paliar ese tipo de catástrofes. En lugar de manifestarse contra Mazón ya podrían dedicar sus esfuerzos a luchar contra esas potencias emergentes asiáticas o contra los países musulmanes del norte de África, que están más cerca, en los que la única libertad que se entiende es la de verter al Mediterráneo toneladas de plásticos. Pero no. Es más fácil darle la turra a los acomplejados europeos, que, aquí, se pagan subvenciones públicas.