Jamás

Sería afectado por mi parte pretender fingir sobresalto ante las afirmaciones hechas por Sánchez que le han granjeado la felicitación de Hamás. Les doy tan poco valor como a aquella estupidez que dijo de levantar un muro contra el fascismo. A mí me encantaría que fuera capaz de levantar de verdad cualquier contención contra todo fascismo; contra ese fascismo de los que quieren imponernos histéricas instrucciones regulando lo que deberíamos comer, beber, vestir, pensar, decir y mirar. Un muro contra el fascismo del fanático sentimentalismo animal, contra los fascistas de la buena salud, contra los (y las) nazis que nos quieren impedir mirar con alegría los glúteos de nuestros semejantes. Pero eso no lo hará. Porque lo que él en realidad busca es que identifiquemos como fascista solo a quien se oponga a sus planes, o a la imagen que él quiere proyectar de sí mismo.

La mayoría de los españoles, acostumbrados a que Sánchez intente que nos desayunemos las escamas de su psoriasis convenciéndonos de que son cereales, no nos creemos ya nada de él. Otra cosa pueden ser los pobres europeos. Cándidamente, pueden llegar a inquietarse ante la torpeza de las salidas de tono del presi. Hay que explicarles que Sánchez las hace porque recientemente se ha mostrado como hombre sin convicciones, que las vende rápido y barato. Y, por tanto, conociendo a Pedro, en los próximos meses, para intentar tapar esa evidencia, va a pretender fingir que es persona de grandes convicciones en temas en los que él no pinta mucho, pero que son sensibles y descarnados para el público.

Es decir, va a alimentar la hoguera del fanatismo para pasar por héroe de los desposeídos. Son balandronadas de guapo que ha sido pillado llevándose el carrito de los helados. Lo triste es que esa operación de vanidad no tenga reparos en hacerse partiendo de una situación de asesinato de inocentes. Jamás deberíamos hacer nada que pudiera satisfacer a Hamás.