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Quisicosas

El loco del mundo

El autor consigue entrevistar al Papa, pero lo que hace del texto una novela es el pálpito de una belleza que no le deja en paz ni a él ni al lector

¿Por qué escribe una? Si tienes una idea, sale un ensayo; si lo que haces es contar lo que ves, sale un reportaje; si lo que tienes es el pálpito de una belleza que no te deja en paz, sale una novela. Pero el escritor Javier Cercas ha perseguido una idea (ensayo) y contado lo que ha visto (reportaje) y, sin embargo le ha salido una novela, «El loco de Dios en el fin del mundo» ¿Cómo puede ser?

La idea la tenía él y consistía en la curiosidad vital de toda una generación que se crió en los coles de curas y monjas y comprobó después que la fe heredada no resistía el embate de la vida. Javier Cercas, descreído mediopensionista, que no deja de admirarse de que su madre, que no es ninguna tonta, tenga la convicción de que cuando muera irá al cielo a verse con su marido, pudo escribir un ensayo sobre creer y no creer, pero otros le presentaron la oportunidad de un buen reportaje. Lo llamaron del Vaticano -así lo cuenta- para acompañar al Papa Francisco en su viaje insólito a Mongolia ¿cómo decir que no a una oportunidad histórica? Entonces se le ocurrió mezclar el ensayo sobre fe y ateísmo con el periodismo: exigió, a cambio de aceptar el trato, la posibilidad de entrevistar al Papa y preguntarle por qué su madre creía que iba a ir al paraíso. Los monseñores dijeron que sí y él hizo la maleta. Y entonces empezó la novela. Por más que buscaba no encontró los cilicios, ni los clérigos de hábitos remangados poseyendo jóvenes novicias, ni las ceremonias masónicas, ni el demonio vestido de cardenal que creía iba a encontrar. Más bien eran comidas en trattorias, visitas a redacciones donde los periodistas hablaban todos los idiomas del mundo, conversaciones con poetas. Ese Harry Potter que es Cercas se sube al avión y conoce a Eva Fernández y Antonio Pelayo y los demás corresponsales y en Mongolia, en mitad de una estepa perdida donde las ciudades a veces son más feas que aquí, se topa con amigos. Los misioneros en el fin del mundo le abren sus casas y hacen una cena donde hombres y mujeres comen mal y sencillo y de la que él, sencillamente, no quiere marcharse, porque le ha pasado como a Zaqueo aquella noche, que está a gusto, muy a gusto. En el libro de Javier Cercas el autor consigue entrevistar al Papa -y no hago «spoiler» porque el final es todavía más alucinante- pero lo que hace del texto una novela es el pálpito de una belleza que no le deja en paz ni a él ni al lector.