Letras líquidas
Mal o peor
Ahora, tres días después, y por mucha ciencia ficción que le pongamos, la causa más cierta de la caída del sistema eléctrico se acerca a la responsabilidad propia, o sea, al muy prosaico fallo técnico
Se ha puesto de moda en Estados Unidos practicar los lunes relajados. Una especie de viernes «prefinde», pero al revés: suavizar el ritmo del inicio de la semana para ir cogiendo velocidad a medida que aumenta la intensidad laboral. La realidad, sin embargo, no ha debido enterarse de la nueva tendencia. El lunes 14 falleció Vargas Llosa, el 21 el Papa Francisco y el 28 nos quedamos sin electricidad en España y Portugal. El gran apagón, ese que era impensable, el mismo que técnicos, expertos y políticos aseguraban que nunca, nunca se produciría, sucedió. Y entonces, volvimos a creer que protagonizamos una ficción y que nuestra vida ha escapado de alguna pantalla, que pasamos de «Cónclave» a «Apagón» casi sin darnos cuenta. Las teorías conspiranoicas, desde los lunes malditos hasta los complots más extravagantes, encuentran su filón y muchos se preparan, como abducidos por esa distopía constante que nos envuelve, para la próxima invasión extraterrestre después de la cascada de adversidades que forman la pandemia, Filomena y el volcán. Aunque antes de los alienígenas, para que no nos faltara nada, nos tocaba pasar por el «blackout» energético. Amenazados por ciberataques, terrorismo digital internacional y movimientos geopolíticos con afanes desestabilizadores, la posibilidad de un sabotaje que llevase a negro a España y Portugal empezó a vislumbrarse como verosímil ante la ausencia de explicaciones oficiales. Ahora, tres días después, y por mucha ciencia ficción que le pongamos, la causa más cierta de la caída del sistema eléctrico se acerca a la responsabilidad propia, o sea, al muy prosaico fallo técnico (o a una desafortunada cadena de ellos). Las alertas ignoradas, tanto de organismos externos como de técnicos de Red Eléctrica, sobre el riesgo de apagón si no se tomaban precauciones, la ausencia de explicaciones claras y concretas y la falta de asunción de responsabilidades (por no mencionar el descrédito internacional) dejan un panorama de país desolador. Tanto que hasta la opción del ciberataque resultaría menos frustrante.