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Letras líquidas

Más Europa

Puede que no tengamos mejor oportunidad que ésta, con el proyecto común amenazado, para exigir la solución: más Europa

«Ya no hay gobiernos, ni a nivel nacional, ni tan siquiera local. No hay universidades, ni bibliotecas, ni archivos. No hay acceso a ningún tipo de información. No hay cines ni teatros, ni desde luego televisión. La radio funciona de vez en cuando, pero la señal es remota ya casi siempre en una lengua extranjera. Nadie ha visto un periódico durante semanas. No hay trenes ni vehículos a motor, teléfonos ni telegramas, oficina de correos, comunicación de ningún tipo excepto la que se transmite a través del boca a boca». Con esta descripción arranca Keith Lowe su «Continente salvaje», un retrato sobre la devastación y el vacío que asolaron Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Sin romantizaciones ni épicas. Sin grandes batallas ni héroes ni rescatadores, centrándose en relatar el espanto cotidiano: la nada imponiéndose en el día a día. Una sociedad desmantelada.

Pocos acontecimientos históricos despiertan tanta fascinación como la Segunda Gran Guerra, cuando la maldad que se apoderó del mundo y lo impensable se convirtió en cierto. Y pocos acontecimientos han sido también tan contados, analizados y recreados. Tanto que pudiera parecer agotada, pero la herida colectiva fue tan profunda que por mucho que se pretenda cerrada cualquier mal movimiento puede reabrirla. Y, ahora que se acaban de conmemorar los 80 años del fin de aquella contienda, bordeamos, precisamente, otro final, el de la geopolítica y los códigos internacionales que nacieron de su brutalidad y agitaron la conciencia global. En pleno apogeo de populismos y autoritarismos, con la confianza depositada en discursos más emocionales que racionales, la pérdida de confianza en las instituciones y el debilitamiento de las democracias liberales el riesgo de perder derechos consolidados a través de décadas aumenta. Y a todas estas circunstancias se unen, además, movimientos tectónicos en las alianzas internacionales y giros diplomáticos condicionados por el pulso de poder entre China y Estados Unidos.

Y con esas circunstancias geoestratégicas y a la espera del orden mundial que resulte de la onda expansiva de la explosión de este primer cuarto del siglo XXI, Europa tiene la responsabilidad histórica de no quedarse atrás frente a la tríada Trump-Putin-Xi Jinping. La defensa de sus valores y principios es una obligación. Ayer se celebró en Madrid una concentración de vocación europeísta y se convirtió en un alegato a favor del «proceso de integración de mayor éxito social, económico y de paz que se conoce». Puede que no tengamos mejor oportunidad que ésta, con el proyecto común amenazado, para exigir la solución: más Europa.