
Tribuna
La memoria democrática de mi abuelo
El Ayuntamiento del pueblo de mi abuelo, con mayoría del PSOE, dedicó una calle y un parque a los dos principales inculpados en su asesinato, humillando a las víctimas y sus descendientes

Nunca conocí a mi abuelo Antonio porque un pelotón de milicianos lo fusiló durante la Guerra Civil casi 30 años antes de que yo naciera. En mi casa me contaron que todos los hombres mayores de 18 años de la familia habían corrido su suerte en Jaén y Albacete. Este horror estaba superado y olvidado en nuestro hogar desde hace muchas décadas, incluso mi abuelo perdonó a sus asesinos, y ordenó a sus hijos que hicieran lo mismo, en el testamento que dictó siete horas antes de enfrentarse al pelotón de ejecución. Pero el continuo bombardeo político y mediático de las leyes de memoria histórica y democrática nos ha hecho revivir esta historia con dolor e indignación. Por ese motivo, decidí averiguar a través de archivos, libros y artículos lo que realmente pasó con mis antepasados, más allá de lo que pudiera haber escuchado en boca de mis padres.
Y así, pude comprobar que a mi abuelo lo asesinaron los partidarios de la República por ser abogado, propietario de tierras y político; esto mismo ocurrió con más de 1.600 personas en la provincia de Jaén. Como no cometió delito alguno, las autoridades del Frente Popular reclutaron varios testigos que se inventaron diversas falsedades contra él. Una de ellas consistió en afirmar que tenía almacenados explosivos, mechas y detonadores en la casa en la que convivía con su mujer y siete hijos menores de edad. Había que acabar con él como fuera y, por eso, el jefe de las milicias republicanas de Jaén escribió al alcalde del pueblo y le ordenó, sin tapujos, que elaborará una dura acta de acusación, «aunque para ello sea necesario decir algunas cosas que no sean ciertas».
Tras ser detenido en julio de 1936 intentaron lincharlo en tres ocasiones; la primera en la cárcel de su pueblo por un miliciano, la segunda el 28 de julio cuando activistas de izquierdas intentaron tomar la prisión y asesinar a los que estaban dentro y la tercera el 6 de agosto, en Úbeda, cuando le trasladaban a Jaén para ser juzgado.
Finalmente, tras un simulacro de proceso judicial, en el que los testigos de la defensa fueron amenazados si se les ocurría declarar en su favor, el tribunal popular de Jaén le condenó a muerte y fue pasado por las armas en el campo de tiro de Jaén el 12 de diciembre de 1936. Le acompañó en ese trance su cuñado que era, también, abogado y juez municipal. Algunas de las personas que presenciaron su muerte se ensañaron con sus cadáveres pegándoles patadas en la cabeza, mientras los insultaban. El día antes fueron ajusticiados dos sobrinos, estudiantes de 18 y 21 años. La semana precedente murió en el paredón su hermano Edmundo, abogado y político. Además, encontraron la muerte, durante esos meses, otros cinco primos de Yeste. Nunca aparecieron los cadáveres de cuatro de estos familiares asesinados.
No fueron suficientes estas muertes. La casa de mi abuelo fue saqueada cuando ya estaban solas su mujer y su madre y les robaron monedas de oro y plata, profanaron las imágenes religiosas, les expropiaron sus tierras y requisaron el coche de la familia, un Hispano Suiza, que emplearon para «dar paseos» y asesinar a vecinos de derechas de los pueblos cercanos.
Confirmadas las historias que escuché en mi infancia y juventud, quise saber quiénes habían participado en estos hechos tan terribles y que les había sucedido tras acabar la Guerra Civil. En mi búsqueda, encontré los consejos de guerra sumarísimos de 11 personas a las que se acusó de participar en aquellas muertes y en muchos delitos contra otros vecinos. De ellos, dos fueron fusilados en 1941, aquellos que habían participado más claramente en los delitos de sangre, dos huyeron a la URSS, otro desapareció y el resto fueron condenados a penas de prisión, siendo indultados entre 1943 y 1947. Décadas después, el Ayuntamiento del pueblo de mi abuelo, con mayoría del PSOE, dedicó una calle y un parque a los dos principales inculpados en su asesinato, humillando a las víctimas y sus descendientes.
Es evidente que en una guerra civil se comenten todo tipo de barbaridades y estoy segura de que otras familias podrán contar la misma historia que yo con asesinos y asesinados de bandos diferentes. Pero la verdadera y trágica memoria de mi familia es la que he expuesto en los párrafos anteriores, no la podrán borrar los gobiernos de izquierdas por muchas normas sectarias que promuevan.
Me parece realmente lamentable que las leyes de memoria histórica y democrática pretendan reescribir la Historia y ocultar a los españoles una parte fundamental de lo que sucedió. Desde luego, las autoridades del Frente Popular y las milicias socialistas, comunistas y anarquistas que actuaron en la retaguardia en la Guerra Civil no fueron los angelicales héroes que nos quieren vender nuestros actuales gobernantes. Y lo más triste de todo esto es que este engaño se produce porque la caída de las banderas tradicionales de la izquierda y su habitual mala gestión de los asuntos de gobierno les impulsa a lanzar diversas cortinas de humo para no perder votos, aunque el precio sea enfrentar a los españoles hablando de hechos que sucedieron hace más de 80 años y sobre los que se había pasado página en la Transición.
Aurora Alfaro Velázquezes licenciada en Ciencias Económicas.
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