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Méritos

California lidera el analfabetismo en EEUU, pues un 23,1% de sus habitantes mayores de 15 años, a duras penas consigue leer una frase

Una política aseveró: «La meritocracia es un mito (…) lo que importa no es tu esfuerzo sino, muy probablemente, tu código postal, entorno y capital cultural». Claro. Los hijos de las élites como ella no necesitan méritos para prosperar (solo su código postal, entorno y capitalazo cultural). Incontables, como aquella señora, creen que el mérito es opresión, basura social desechable. Así lo aseguran ideólogos de la nueva mentalidad que se abre paso a empujones. El mérito es otra estatua que está siendo demolida por la última ola ideológica que recorre el mundo, desde Finisterre hasta Irvine (California). Nunca mejor dicho, porque de las universidades norteamericanas ha salido la idea de que la meritocracia es un residuo de la supremacía heteropatriarcal blanca, que hoy día está en proceso de demolición por todo el planeta.

El nihilismo woke es más eficaz de lo que parece. Aunque –se puede comprobar–, finiquitar la meritocracia tiene consecuencias mucho más importantes que derribar una estatua de Colón en Tijuana. Vandalizar el mérito (concretamente, en la educación) conlleva también aniquilar cualquier posibilidad de prosperar en la vida que pudieran haber tenido un día los pobres. Según «World Population Review», California lidera el analfabetismo en EEUU, pues un 23,1% de sus habitantes mayores de 15 años, a duras penas consigue leer una frase. Irónicamente, después de que Occidente lograra erradicar el analfabetismo, éste empieza a crecer de forma alarmante entre una población que –paradojas…– se supone alfabetizada al 100%. Ello se debe a que se ha impuesto la «equidad» obligatoria en las notas: igualando por abajo al alumnado de las escuelas públicas. Se puntúa al estudiante muy por encima de sus «méritos», y pasa de curso sin ningún requisito. Resultado: los ricos llevan a sus hijos a colegios privados, donde se aseguran cierto nivel de conocimientos. Los pobres, aparcan a los suyos en la escuela pública, donde obtendrán un título sin valor y buenas notas, pese a no saber deletrear sus propios nombres... Y, en fin, esta cruel injusticia es el único «mérito» de quienes están derrocando la «odiosa meritocracia» supremacista blanca.