Letras líquidas
No miren arriba... en Cataluña
Con este nuevo escenario, resulta paradójico encajar el papel clave que tendrán Junts, Puigdemont y el resto de fuerzas prosecesión para la gobernabilidad de España
Forma parte ya de los anales del «marketing» político lo ocurrido en Reino Unido en 2016. La campaña del «Vote Leave» se impuso en la consulta autorizada por David Cameron y convenció a un 51,9% de británicos de las bondades del Brexit. Por la mínima desmanteló el sueño europeo de Churchill. Y de tantos otros. Y corroboró, de paso, la importancia de una buena campaña encumbrando a Dominic Cummings como el gurú de los nuevos tiempos: la posverdad como disfraz de la mentira o el truco de afianzar creencias con cifras convenientemente maquilladas. El cerebro de aquellos eslóganes, los que viajaban en los «Routemaster» y alertaban de los riesgos de la inmigración con el objetivo de «retomar el control», presumía de haber detectado la emoción de Reino Unido: el sentimiento de insularidad. Su estrategia se centró, entonces, en agitarlo hasta obtener el «sí» a la salida de la UE.
Y se abrió, desde ese momento, el debate público, y pertinente, sobre qué es primero: si la voluntad de los ciudadanos o la de los políticos. Como el dilema del huevo y la gallina algo más sofisticado o, al menos, en una interpretación más política. Las emociones colectivas conectadas con la toma de decisiones que afectan a todos. No resulta complicado encontrar similitudes con lo sucedido en Cataluña en los últimos años. Aunque podríamos remontarnos al Estatut, si hubiera que ponerle al «procés» una fecha concreta de inicio, esa sería la del 11 de septiembre de 2012. Aquella «Diada» visibilizó un sentir común de enormes proporciones que despertó la certeza en algunos de que convenientemente movilizado podría ocultar deficiencias gestoras y alentar réditos electorales. La carambola perfecta.
Aquel apoyo a la secesión ha pasado por distintas fases: desde el furor separatista de 2017 a los datos de este mismo mes de julio del CIS catalán, el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), que recogen el rechazo a la independencia en máximos históricos. El 52 por ciento de los catalanes votaría «no» en un hipotético referéndum frente al 42 que elegiría el «sí». Y, para corroborar la pérdida de euforia rupturista en Cataluña, además del varapalo de los partidos soberanistas el 28M, tenemos el resultado del 23J: de los 48 escaños que aportan los votos catalanes al Congreso tan solo 14 son independentistas. Con este nuevo escenario, resulta paradójico encajar el papel clave que tendrán Junts, Puigdemont y el resto de fuerzas prosecesión para la gobernabilidad de España. ¿Agitarán desde los cargos públicos alguna emoción larvada ahora que se afianzaba la calma? Por si acaso, mejor, no miren arriba.
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