
Tribuna
Moda y Christiancore
La rueda social comienza a girar porque la moda protege frente al miedo al aislamiento. Por lo pronto, la conversación religiosa ya ha salido del ostracismo

En los últimos días hemos visto publicadas en distintos medios de comunicación reflexiones sobre el denominado Christiancore, o el resurgir de lo católico como una moda. Se habla de Rosalía, de sus declaraciones apelando a la trascendencia, de su último disco Lux y sus referencias religiosas, de la película «Los Domingos» y la frescura con la que aborda la fe y la vocación.
Antes que sumar comentarios a lo que han dicho ilustres escritores y perspicaces analistas, me interesa detenerme en el propio concepto de moda que se utiliza en este debate, pues es precisamente en él donde parece residir el sentido último de los argumentos que se desarrollan.
Coincido en la descripción de la moda como algo pasajero y por definición no enraizado en lo trascendente y permanente, que se puede advertir en algunas manifestaciones de este resurgir espiritual que se describe. Por esto, el Christiancore podría apuntar a una tendencia, más que a una moda, que se puede aplaudir desde sectores católicos con cierta ingenuidad, tal y como señalan algunos observadores. Solo el haber acuñado así esta oleada religiosa parece etiquetar la tendencia, y para que ésta pase a ser moda necesitaremos ver su capacidad de penetración social y una cierta durabilidad en el tiempo, pues en esos dos ejes (número de adoptantes y tiempo) es donde radica la moda.
No obstante, el fenómeno de la moda es bastante complejo, y además de su carácter efímero, responde a otras características que también ayudan a entender lo que está sucediendo.
La moda por un lado puede ser imposición, tal y como demuestra cada temporada la industria con sus propuestas de colores y modelos, y como ha investigado la literatura sobre la influencia de la moda, comenzada por la Escuela de Columbia y los trabajos de Paul Lazarsfeld. Sin embargo, también la realidad de la moda demuestra que las propuestas que no están alienadas con los gustos y estilos de los consumidores (por eso se invierte tanto en estudios de mercado) fracasan. De ahí que, la moda también es la manifestación de un clima social, tal y como explicó brillantemente la socióloga Elisabeth Noelle-Neumann, de un clima de opinión que, quienes son capaces de leerlo, aprovechan para diseñar sus estrategias de aproximación a la opinión pública. Es decir, cabe pensar que el sustrato de una vuelta a lo religioso y a lo católico sea real, y que algunos «líderes de opinión» sepan verlo, de modo intuitivo y cuasi estadístico (como decía Noelle-Neumann) y aprovecharlo para sus productos culturales. Así también funciona la moda.
La autora alemana también concedía cierta importancia social a la moda como fenómeno transformador: «… podemos presumir una conexión entre los gustos musicales y los peinados, sin pasar por alto que, mediante este movimiento, se pueden derrocar leyes». (Noelle-Neumann, 1974). De este modo, aunque se trata de un fenómeno pasajero, la moda tiene una capacidad de profundo cambio social, como indica la historia y nos recuerda Goya cuando retrata a quienes participan o secundan el famoso Motín de Esquilache, por poner solo un ejemplo. Muchos cambios sociales comienzan con cambios estéticos, que se visualizan en las costumbres y modos de vestir. La rueda social comienza a girar porque la moda protege frente al miedo al aislamiento. Por lo pronto, la conversación religiosa ya ha salido del ostracismo. Por lo tanto, no subestimar las modas puede ayudarnos a un entendimiento de lo que sucede a nuestro alrededor. Porque, como decía Umberto Eco: «La sociedad habla. Habla diariamente en sus vestidos, en sus ropas, en sus trajes. Quien no sabe escucharla hablar en estos síntomas del habla, la atraviesa a ciegas. No la conoce. No la modifica».
Teresa Sádaba. Catedrática de la Universidad de Navarra
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