Las correcciones

La montaña rusa de Trump es una pesadilla

El alivio en los mercados ha sido inmediato, pero la incertidumbre persiste y eso no es bueno para la economía

La pausa de 90 días de los «aranceles recíprocos» de Donald Trump se hizo pública al mismo tiempo que su principal negociador comercial, Jamieson Greer, comparecía ante los legisladores del Capitolio para explicar la locura de los gravámenes. «What the fuck, ¿quién está al mando?», gritó el legislador demócrata por Nevada, Steven Horsford, a Greer. «El presidente de Estados Unidos», respondió su negociador comercial. Trump, sin embargo, había advertido de que su régimen arancelario extremo había llegado para quedarse en un realineamiento histórico del comercio mundial que había provocado el hundimiento de los mercados financieros. «Esto no es lo que hemos votado», escribió Bill Ackman, una leyenda de Wall Street e icono MAGA, en un extenso mensaje en X el domingo. El presidente de Estados Unidos respondió con una retahíla de exabruptos contra los «panican», un «nuevo partido de débiles y estúpidos». Pidió ser «fuertes, valientes y pacientes» porque «la GRANDEZA será el resultado». Pero el miércoles, trece horas después de que hubiera entrado en vigor la tasa más alta de sus aranceles, anunció una tregua temporal para sus socios comerciales, dejando fuera a China, con una carga del 125%.

La narrativa oficial trumpista nos quiere hacer creer que todo forma parte de un plan magistral para hacer grande a Estados Unidos de nuevo, pero en realidad todo es más peregrino. Cuentan que fue una entrevista a Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan, en Fox News, la que le hizo dar marcha atrás. «El riesgo de recesión es probable», vaticinó Dimon. La pinza del secretario del Tesoro, Scott Bessent, y del multimillonario Elon Musk también ha sido clave en este giro.

El alivio en los mercados fue evidente e inmediato, pero la incertidumbre persiste y eso no es bueno para la economía. No hay precedentes en la historia de un shock económico de tal magnitud, provocado por los caprichos de un solo hombre. Hemos asistido atónitos a la primera parte del «día de la liberación», y nadie puede descartar que no vaya a haber una segunda, igual o peor. En el mundo de Trump, las teorías probadas sobre la economía de mercado son rebatidas por fórmulas matemáticas que suspenderían cualquier examen básico. Mientras que para la mayoría, la globalización ha permitido a Estados Unidos convertirse en la nación más próspera y exitosa de la historia, para Trump su país ha sido una víctima. Pero aunque diga que el «arancel» es su palabra favorita, esta afición por las barreras no augura nada bueno. En este sistema, en el que un mismo producto puede cruzar cinco fronteras antes de estar acabado, el aumento de la fiscalidad supone alterar las cadenas de valor, aumentar los costes y minar la competitividad. A corto plazo, los mercados se hunden y, a medio, el comercio se frena. En consecuencia, la innovación baja y las economías se empobrecen.

En la revolución de Trump hay también contradicciones geoestratégicas. Los aranceles, aunque sean mínimos, a Taiwán resquebrajan la tradicional alianza frente a China. Pekín se siente reivindicado en sus advertencias de que Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable. Tras un parón de un lustro, China, Japón y Corea del Sur reanudaron su cumbre económica anual para responder a la embestida estadounidense. La crisis arancelaria nos ha vuelto a demostrar que Trump es imprevisible. Y eso es un sinvivir.