Tribuna

Noche de (guerra y) paz

La población está en contra de una guerra atómica, pero muchos dirigentes de grandes naciones democráticas propician lo contrario

Ilia Galán Díez
Noche de (guerra y) paz
Noche de (guerra y) pazRaúl

Entró con el fusil en el restaurante donde celebraban la navidad y descargó todas sus balas. Nadie quedó vivo. Cuando fue capturado se quejaba, pues hacía justicia, decía. Uno de los masacrados había violado y matado a su hija. ¿Y los demás? Disparó a todos para asegurar la aniquilación del aborrecido enemigo. ¿Es posible justificarlo moralmente? No. El principio de defensa personal que justifica luchar para defenderse no lo permite, y menos con víctimas inocentes. Sin embargo, es lo que sucedió con las bombas atómicas de Hiroshima o Nagasaki. Miles de personas (ancianos, niños, madres...) que no luchaban ni amenazaban perecieron o quedaron atrozmente heridas, herida monstruosa que afecta como una de las grandes lacras a la historia de la humanidad. Esa misma humanidad en la que se levantaron maravillas en artes o infinidad de hallazgos científicos que nos permiten vivir muchísimo mejor que en el pasado. Sin embargo, llevamos una década en que los presupuestos militares no cesan de aumentar en todo el planeta, incluida Europa. Más de dos billones de dólares se invierten en artefactos para destruirnos y matarnos. En vez de usar esa fuerza económica para fomentar la educación, desarrollar la medicina, la tecnología, las artes, para lograr un planeta más feliz, se gasta monstruosamente en nuestra posible destrucción. ¿Qué inspiración satánica sufre la humanidad para llevarnos hacia un destino fatal?

Me invitan a un encuentro de diplomáticos: embajadores en varios países. Ignacio Cartagena y Vicente Garrido presentan su estudio: La roca de Sísifo. Pasado, presente y futuro del tratado de no proliferación nuclear. Muchos excelentísimos reunidos, expertos en diversos campos, analizan el fenómeno, temible, de nuestra situación militar, de una posible extinción de la humanidad. ¡Hay general acuerdo! Ya lo dijo el célebre presidente ruso: «nadie gana una guerra nuclear». Todos pierden. Con cerca de quinientas bombas se produciría un invierno atómico, la atmósfera se cubriría de cenizas y, además de las tormentas radioactivas, sufriríamos años sin luz, haciendo imposibles las cosechas, extinción masiva de especies ¿fin del mundo? Al menos de nuestro mundo. Y lo curioso es que ahora mismo existen más de doce mil armas nucleares, de las cuales 3200 ojivas nucleares podrían volar en un instante para estallarnos. Los misiles nucleares atraviesan varias veces la barrera del sonido, prácticamente imparables, alguno con una carga 1400 veces superior a las que estallaron en Japón. Ya la segunda resolución de las Naciones Unidas contaba con un estudio del peligro nuclear. El general temor hizo firmar en 1968 el célebre tratado para frenar la maldita proliferación cuando descubrieron que no solo EEUU, la Unión Soviética, Reino Unido y Francia, sino también China, se hacían con las terribles bombas. Kennedy declaró que durante su mandato, si no había un acuerdo, podrían llegar a desarrollarla treinta países. Ese tratado de no proliferación ha funcionado muchos años e incluso hubo un tiempo en que se inició cierto desarme, sobre todo por parte de las más temibles potencias, EEUU y Rusia, pero todo ha cambiado con la guerra en Ucrania y las amenazas chinas a Taiwán. Pese a la opacidad, se estima que China tiene ya cerca de quinientos dispositivos atómicos preparados para ser lanzados y siguen incrementando su producción. Además de los cinco países que las tienen, y algunos en cantidades espeluznantes, cuatro no cumplieron lo pactado y las han desarrollado: Israel, Pakistán, Irán o Corea del Norte. En 2025 expira la firma. ¿Habrá una carrera para armarse con «fines disuasorios»? Que no hayan proliferado ya es un gran logro, aunque resulte incoherente que unos quieran mantenerla y obliguen a otros a no desarrollarlas. No son armas de defensa, sino de ataque. «O todos o nadie», dicen algunos. Pero mejor que todos, pocos. No es ético mantener tales armas, aunque no se utilicen, ya que están disponibles, podrían usarse y nunca sería moralmente aceptable tal atrocidad. Nos espantamos por los crímenes de los nazis, con razón, pero no deja de ser abominable lo sucedido en Nagasaki.

Las alianzas en bloques y los temores de unos y otros hicieron estallar, con una chispa en Sarajevo, la Primera Guerra Mundial. Hoy podría suceder los mismo por Ucrania, Corea del Norte o Taiwán... La resolución para no proliferar se votó por un consenso ahora imposible. Tendría que ser por mayoría y obligar a los nuevos países que quieran producir estos monstruos con sanciones económicas e incluso por la fuerza, destruyendo sus instalaciones. Desarmar a todos. La población está en contra de una guerra atómica, pero muchos dirigentes de grandes naciones democráticas propician lo contrario. ¿Democracia? Apariencia. Pero cantan los villancicos por estas fechas himnos a la paz en el mundo, invocando a una general fraternidad con el nacimiento del Mesías, pues todos somos hijos de Dios, nos dice el cristianismo, y hemos de amarnos como el Creador nos ama para mejorar y recrear nuestro mundo, apoyándonos unos a otros. Haya esperanza.

Ilia Galán Díezes Catedrático en Humanidades, Universidad Carlos III de Madrid, autor de "Homo o cyborg politicus: nueva e-política".