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Tribuna

El nuevo odio a los judíos

Ya no hay judíos, sino sionistas. De no cambiar mucho la situación, sabemos lo que les espera y lo que nos espera después a los demás

Supongamos por un momento que el antisionismo se sale con la suya. Israel desaparece y los judíos vuelven al exilio -galut- y a la diáspora. ¿Puede alguien asegurar que los judíos no se enfrentarían de nuevo a una existencia precaria, como tantas veces antes de 1948? Lo que ocurriría es que la desaparición de Israel propiciaría el retorno triunfal del odio a los judíos. Volverían las discriminaciones, las persecuciones y la violencia que llevaron a la creación del Estado de Israel, cuando unos cuantos judíos comprobaron que la promesa de normalización formulada en el siglo XIX no iba a cumplirse nunca. Por eso la distinción entre antisionismo y odio a los judíos es irrelevante.

(Un breve paréntesis para explicar que seguimos aquí las observaciones de Leo Strauss sobre el término «antisemitismo», que consideró «casi obsceno», por sus pretensiones científicas, en su conferencia sobre Por qué seguimos siendo judíos).

En realidad, y volviendo a la cuestión del antisionismo, este parece más que nada una expresión de nostalgia de los buenos tiempos en los que los judíos podían ser señalados, discriminados, humillados y violentados. Claro está que el antisionismo no ha esperado ese momento, que si Dios quiere nunca llegará. Y ha vuelto triunfalmente a partir del 7 de octubre de 2023, cuyo segundo aniversario se recordó hace poco más de un mes. Como reveló el último informe del Observatorio de antisemitismo en España, en 2024 los incidentes de odio contra los judíos aumentaron un 321% con respecto al año 2023 y un 567% respecto al 2022. El año 2025 no será mejor, con episodios de violencia cotidiana, como señalamientos y amenazas a personas en domicilios y empresas, así como el despliegue de violencia antijudía a gran escala aplaudida, tal vez organizada, desde el Gobierno central durante la última Vuelta ciclista.

Esta nueva oleada de violencia contra los judíos presenta algunas novedades. Una de ellas es el papel central que juega la Universidad -en nuestro país, la pública-, sin descartar los centros de Secundaria. Culmina así un largo y perseverante trabajo de cancelación del espíritu liberal y humanista propio de la Universidad, que debería proteger, por su misma razón de ser, la libertad de expresión. La ideología anticolonialista o decolonial ha recreado el mito paranoico del judío, ahora como blanco imperialista, epítome de todas las ignominias de las que es capaz nuestra sociedad. Y los que iban a formar parte de la elite social son la punta de lanza de un odio a los judíos de cuyo significado ni siquiera son conscientes.

No es del todo nueva la figuración de un ente llamado «Palestina» como representación de los oprimidos del mundo entero. Como tantos otros conceptos resucitados desde el 2008, procede de la propaganda soviética y de las fantasías masturbatorias de la ultraizquierda burguesa de los años 70 y 80. Sí que es nueva la consideración de «Palestina» como el eje donde convergen todas las injusticias. Y aún más nuevo es el papel del islamismo, con la presencia cada vez mayor de poblaciones musulmanas sin la menor intención de hacer suya la civilización occidental que las acoge, así como la penetración en las universidades de organizaciones filoterroristas como Samidoun y la presencia de dinero procedente de organizaciones islamistas y países musulmanes. De hecho, este es el punto clave, resumido en la alianza entre islamismo y progresismo -la izquierda, y no sólo la ultraizquierda-.

También es inédito el sesgo político del nuevo odio a los judíos. Desde finales del siglo XIX el odio los judíos era propio de movimientos y mentalidades nacionalistas, que hacían del judío la viva representación, y el agente, de una voluntad disolvente y amenazante para la cohesión de las naciones. Hoy todavía subsiste este armazón conceptual en algunas soflamas antiglobalistas, en general con distinto contenido, aunque las tentaciones no han desaparecido. Pero lo nuevo ahora es que la izquierda internacionalista ha descubierto que los judíos representan la defensa de la nación, una nación democrática y política, y por si fuera poco vinculada a una realidad religiosa, la de la Revelación de la que los judíos son testigos y protagonistas. De ahí el respaldo de la nueva derecha soberanista y renacionalizadora, respaldo que tanto desconcierta a quienes les resulta difícil entender que el más firme apoyo de Israel sea justamente esa nueva derecha.

Finalmente, en los países occidentales también es nuevo -es decir, nuevo desde los años 30 y aquí desde tiempos de Franco- el uso político del odio a los judíos. En España resulta particularmente peligroso porque, como bien ha analizado Alejandro Baer en Antisemitismo, el odio a los judíos se expresa sin filtro y sin complejos. ¿Sabrá la ministra del Gobierno de Sánchez que cuando expuso su deseo de que «Palestina» se extienda «desde el río hasta el mar» estaba citando textualmente el artículo 20 de la Carta de Principios de Hamás, en su última versión de 2017? Claro que en vista de los apoyos de su Gobierno, lo más seguro es que, de saberlo, lo reivindique y se sienta orgullosa.

Lo que viene a demostrar que el odio a los judíos, desplegado con tanta virulencia desde el 7 de octubre, está siendo el eje en torno al cual el pensamiento woke, de capa caída ya, se está actualizando y reivindicando. Y lo está haciendo con la relegitimación de la violencia, que ha vuelto a ser una forma de acción política aceptable. En realidad, desde esta perspectiva ya no hay judíos, sino sionistas. De no cambiar mucho la situación, sabemos lo que les espera y lo que nos espera después a los demás.

José María Marcoes profesor universitario