Aunque moleste
La ola incendiaria
Sánchez pretende prevenir el fuego con coches eléctricos y placas solares
Vuelve Sánchez a la Moncloa dispuesto a colocarse la medalla de las ayudas a los afectados por la ola incendiaria, similares en fondo y forma a las del volcán de La Palma y la Dana valenciana, algunas aún en el éter. Siendo generalmente créditos que los damnificados tienen que devolver, se trata de medidas cosméticas para mayor gloria de nuestro líder supremo, que en realidad es el primer responsable de lo que está pasando como consecuencia del abandono de montes y barrancos, la persecución a nuestros agricultores y ganaderos, y una hidra regulatoria que incita a abandonar el campo, desatender los pueblos y convertir al ecologismo woke en dueño de actividades tradicionales hoy semi prohibidas. Antes en los montes había vacas, burros, cerdos, cabras y ovejas que se comían los pastos y evitaban que éstos se convirtieran en matorral. La ley de bienestar animal del social-podemismo gobernante acabó hasta con la tradición rural de tener un par de cuinos en casa, que producían abono con los que se fertilizaban las viñas que rodeaban las aldeas a modo de cortafuegos. Prohibieron cortar forraje, recoger piñas o traer leña caída del monte, y más tarde dificultaron la apicultura, buscar setas, podar castañares o recolectar bayas, a riesgo de multas impagables.
Aun recordamos como el año pasado impusieron la norma idiota de controlar la población de gallinas en los pueblos, lo que ha provocado la desaparición de la mitad de los gallineros, mientras se protege a los lobos, que merodean ya cerca de las ciudades, prohibiendo al tiempo las batidas de puercos salvajes, que se han hecho fuertes y llegan hasta las puertas de algunos supermercados. Los cazadores están estigmatizados, llegando a convertir una actividad tradicional como la caza en algo perseguible, igual que otras tareas permitidas en el campo desde siempre, hoy sometidas a una burocracia regulatoria imposible de superar, vigilada en extremo por decenas de observatorios, agencias y chiringuitos con cientos de funcionarios dedicados no a desbrozar y reforestar, sino a vigilar que no haya actividad ganadera, a que nadie robe piñas, sustraiga piedras o recoja bellotas para los guarros.
Una vuelta de tuerca más supone la ley europea de la «restauración de la naturaleza», que dará el toque de gracia a agricultores y ganaderos. Lo menos polémico del proyecto es lo de convertir las ciudades en espacios verdes, algo necesario. El problema está en que van a regulan los espacios naturales desterrando de ellos cualquier tipo de vestigio humano, convirtiendo el 20 por ciento de las tierras cultivables en zonas vírgenes, sin población ni actividad, más que la meramente salvaje. Está más que demostrado que impedir la ganadería y la agricultura en los parques naturales, como sucede en muchas regiones de España, es el principal motivo de que los fuegos sean de «sexta generación», como les llaman, debido a que la ausencia de gestión convierte los matorrales en gasolina para las llamas, haciendo que la combustión abrasadora se propague con facilidad y con gran dificultad para poderla sofocar. La ganadería reduce los forrajes y la agricultura elimina zonas de riesgo, reduciendo el peligro incendios, que nuestro Sánchez pretende combatir sólo con medidas contra el cambio climático. O sea, con más coches eléctricos, aerogeneradores y placas solares. De limpiar y desbrozar los montes, nada de nada.