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Tribuna

Pedro, presidente prófugo

A la vista de las señales de todo tipo, el «sanchismo» ha entrado en vías de descomposición. La corrupción, el peor de los tumores de cualquier sociedad, ha hecho metástasis

Pedro, presidente prófugoBarrio

En noviembre de 2023 salió la primera edición de mi libro «2018-2023. Los peores años de nuestra Historia ¿O no?». Por esas fechas, publiqué un artículo, titulado «Pensar el postsanchismo». Habíamos doblado el Finisterre, el límite de las 14 cruces que señalan el camino del Calvario, o sea, catorce legislaturas recorridas desde 1978. Comenzaba la decimoquinta, una especie de estrambote para recuperar la decimotercera, totalmente fallida. Algunos sesudos comentaristas lanzaron sus predicciones, de inmediato, sobre cuánto duraría el engendro que se intentaba poner en marcha.

Pedro Sánchez compró su investidura como presidente, a los enemigos de España. Al precio de unos pocos diputados, descuartizó la Nación y vendió en almoneda el cuerpo y el alma, común e indivisible, de todos los españoles. Atrás habían quedado las innumerables víctimas que pagaron con sus vidas el show de Simón-Illa. Estalló La Palma; diluvió en Valencia, … y sus muestras de sensibilidad, responsabilidad y coraje para superar la adversidad, pasaron a la antología de la épica nacional.

Buena parte del pueblo español no se cansaba todavía, de pedir escaleras para subir a la Cruz. Unos buscaban alimentar su fe en Pedro y otros encontrar sustento alimenticio, a cuenta del gobierno. Separatistas vascos y catalanes; «podemitas»; «sumadores»; filoetarras y otros ejemplares de nuestra heterogénea fauna política, iban a tratar de mantener, en beneficio propio, un gabinete, tan numeroso como inadecuado, para buscar el bien común de los españoles. A pesar de todo, los profetas de la larga etapa de «regeneración democrática», que se anunciaba, señalaron desde el principio el fundamento esencial del programa del dr. Sánchez: su voluntad de mantenerse en el poder sine die. No era fácil encontrar otro argumento. Pensar el «sanchismo» para incardinarle en alguna lógica, fue siempre tarea ímproba. Marcado por sus constantes patrañas, resultaba imposible reducir tan «maravillosa doctrina» a los límites de la razón humana.

Algunos, entre los que me cuento apuntamos ya, la inviabilidad de sostener un régimen instalado en el engaño, y cada día más antidemocrático. Sánchez convirtió la Constitución en papel mojado. Pronto fue desarrollando una campaña permanente contra las instituciones. Su afán por concentrar todos los poderes, en sus manos, tomó cuerpo rápidamente. El poder legislativo se convirtió en un adorno. Sólo le faltaba someter al poder judicial. Pero una parte de los jueces ha sido capaz de cumplir su función y encarar sin miedo al aprendiz de autócrata; en defensa de la legalidad democrática, la justicia y la libertad. Llega la hora del corruptor, que se niega a reconocer su responsabilidad, instalándose en la ignorancia deliberada. Mala táctica que tienden a imitar algunos de sus conmilitones, en la antesala del banquillo. A la vista de las señales de todo tipo, el «sanchismo» ha entrado en vías de descomposición. La corrupción, el peor de los tumores de cualquier sociedad, ha hecho metástasis.

No sé cuál será la reacción de los españoles, tras la caída de Sánchez. ¿Perdonar y olvidar? ¿Olvidar sin perdonar? o ¿Ni perdonar, ni olvidar? Me temo que esta última tiene más posibilidades que las anteriores. Sánchez renunció, desde el primer momento, al principal triunfo que puede alcanzarse en la política: lograr el respeto de los adversarios. Para evitar tal tentación se apresuró a convertirlos en enemigos, recuperando las peores pautas de siglos anteriores. En consecuencia, será difícil que alguien le respete. Ha confundido, voluntariamente, la opinión pública con el fragor de la calle. La primera es un estado de conciencia, la otra sólo ruido y espectáculo vocinglero.

La sospecha general, alimentada por los propios traidores, de que serían ellos: Junts, ERC, PNV, … los que provocarían su caída, no se ha cumplido. Tampoco lo lograron los «voceras» de extrema izquierda, aparentemente muy críticos e incompatibles, con no pocas decisiones del «ignorante». Al dr. le han derrotado sus infinitos engaños; la inmoralidad generalizada, inducida desde la mentira; la Guardia Civil; los jueces, que han resistido los embates del gobierno; y un pequeño, pero imparable brote de dignidad, aparecido en las filas del PSOE.

En su afán de confundir a los españoles termina extraviado. Vaciando el lenguaje, abusó de la palabrería «progresista», vendiendo la falsa imagen de que la Administración del Estado, mejora con un simple cambio de moldes. En ningún momento pensó que la modernización, la eficiencia, el rigor, se encuentran poniendo al frente de la misma a personas competentes, honradas y activas.

Atrapado por su propia manipulación en una realidad incomprensible, Pedro no es más que un prófugo de sí mismo. Un personaje patético y ridículo del ayer, que apenas llega al hoy y no pasará al mañana. El desafío ya no es Pedro, sino el postsanchismo al que hay que borrar a través de la verdad, la honestidad y la transparencia; el derribo de todos los muros y la apertura a un futuro compartido. Cuanto antes, mejor.

Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.