Aunque moleste
El problema es Macron
El presidente francés echa más leña al fuego de la algarada callejera en el vecino país
La explicación habitual que se da a los altercados violentos en Francia está centrada en la reforma de las pensiones, no entendiendo mucha gente que se proteste contra la subida de la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, cuando en la mayor parte de Europa esa edad ronda los 67. Visto así parece incomprensible la sucesión de barricadas e incendios habituales desde el pasado enero en el vecino país. La violencia nunca es justificable porque engendra más violencia, pero Francia ha sido siempre, antes incluso de 1789, una nación convulsa prisionera de su pasado. Es verdad que la mecha de los actuales altercados está en la reforma de las pensiones, aunque la explicación tampoco es tan simple, pues la exigencia de cotizar 43 años para cobrar el cien por cien es lo que más enciende a los sublevados. Y, en cualquier caso, no es ese el único problema. El auténtico problema se llama Macron, por su forma de ser, su arrogancia, displicencia y soberbia. Es habitual ver en la calle a jóvenes incendiados de odio contra el presidente francés, al que el izquierdista Jean-Luc Mélenchon llama «monarca republicano» por su «despotismo ilustrado», más propio según él del guillotinado Luis XVI que de un jefe de Estado de la democrática V República. Por eso le acusa de ser un dirigente jactancioso que no escucha ni dialoga e impone reformas importantes por la vía del decreto-ley pasando por encima del Parlamento, al estilo Sánchez.
Mélenchon, que define al presidente francés como «un esbirro de los Rothschild», en alusión directa a su fulgurante carrera al amparo de esa elitista familia de banqueros, está detrás de gran parte de la actual algarada callejera, aunque no sólo él. La derecha radical de Marie Le Pen también, junto al todopoderoso sindicato CGT y diferentes movimientos de campesinos, ecologistas, estudiantes y hasta los sanitarios antivacunas-Covid, que no le perdonan los insultos durante la pandemia, cuando llegó a decir: «les voy a joder la vida». Las formas altivas del fundador de «La República en Marcha» es lo que más critican los 3,5 millones de franceses que han salido ya a protestar en más 300 ciudades, con especial intensidad en París, Burdeos y Estrasburgo. En su discurso del 22 de marzo, cuando todo el mundo esperaba un gesto de humildad, el presidente francés se limitó a decir, tan encopetado como de costumbre, que «las protestas son ilegítimas», lo que encendió aún más los ánimos en la calle. Afirmó también que no hay dinero para pensiones, pero los huelguistas le reprochan que ante el dilema tradicional de «cañones o mantequilla», haya optado por lo primero anunciando un gasto de 413 mil millones de euros en 6 años dentro del mayor presupuesto militar de Francia en décadas, que incluye un nuevo portaeronaves nuclear y misiles intercontinentales balísticos para la flota de submarinos oceánicos.
Es complicado predecir hasta dónde llegará la actual algarada, si se quedará finalmente en nada, como los chalecos amarillos, o desembocará en una nueva revolución con otra Constitución (van 14 desde 1791) y la VI República. Algunos analistas subrayan que parece como si la actitud de Macron fuese la de echar más leña al fuego, tal vez porque una radicalización extrema le permitiría implantar medidas excepcionales.
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