Letras líquidas

PSOE S. A.

En esa huida hacia adelante, a la que todos hemos sido invitados, el PSOE se ve obligado a postergar, una vez más, su gran debate: qué es y, sobre todo, qué quiere ser

A estas alturas de la semana, que ha venido con dimensiones de Everest, y superado el impacto de la resaca poselectoral (o preelectoral, que ya viene a ser lo mismo), resulta difícil epatar con una teoría que no haya sido expuesta, analizada y diseccionada con profusión sobre los motivos, los verdaderos, del adelanto electoral. Sánchez y su sanedrín en la madrugada del lunes extrapolando resultados y confiando en que les son favorables, una enorme y oportuna cortina de humo con la que ocultar el estrepitoso fracaso municipal y autonómico en las urnas o el ahorro de meses de agonía estéril hasta diciembre. Estas explicaciones, todas, alguna de ellas o un poco de cada una, pueden resultar válidas para interpretar la decisión. Pero si un alto cargo socialista, de esos que se asumen sólidos, de los que configuran y defienden Estado, reconoce (no sin dejar traslucir cierta amargura) que el PSOE se ha reducido de partido vertebrador a mera «coalición de intereses», las piezas argumentativas empiezan a encajar con mayor claridad y se construye el puzle de la realidad impulsora de la convocatoria apresurada. Y personalista.

Que el drama socialista empezó a gestarse hace años en un choque cainita sin precedentes y que terminó en primarias de esas que aniquilan formaciones no es ninguna novedad. Tampoco lo es la tensión ficticiamente resuelta a fuerza de incómodos silencios y que ha convertido cualquier reunión o comité de Ferraz en un remanso de paz artificial. Y ese oasis de plástico, que empezó a difuminarse cuando los mapas del 28-M fueron virando al azul, se ve forzado ahora alargar la farsa por la llamada a filas extemporánea (tantas veces negada, por cierto) y a simular una unidad irreal que sostenga la estructura hasta el 23-J. En esa huida hacia adelante, a la que todos hemos sido invitados, el PSOE se ve obligado a postergar, una vez más, su gran debate: qué es y, sobre todo, qué quiere ser. Para abordar la reflexión, profunda y serena, de cuál es su responsabilidad y su función social en la España actual. Y, ya de paso, tampoco estaría mal repensar las de un presidente de Gobierno.