La situación
Puigdemont y la traición
«Puigdemont se enfrenta a otro “momento botifler”: buscar la solución a su problema judicial o rendirse a los más extremistas, como en 2017»
El 26 de octubre de 2017, tres semanas después del referéndum ilegal en Cataluña, Carles Puigdemont se enfrentaba a una decisión trascendental: la de hacer efectivo el resultado de aquel vodevil de consulta popular y proclamar la independencia. Las reuniones se sucedieron en el Palau de la Generalitat, con acusaciones cruzadas y a gritos entre los dirigentes de los partidos separatistas, mientras la plaza de Sant Jaume, donde está el Palau, se llenaba de manifestantes exigiendo que se les diera lo prometido: un estado independiente.
Puigdemont, acobardado ante las posibles consecuencias de sus propios actos, fue convencido por los moderados y por el lendakari Urkullu para que, en lugar de proclamar la independencia, convocara elecciones autonómicas. El rumor de que esa sería la decisión final trascendió las paredes del despacho del expresident y fue entonces cuando se desató la furia: miles de personas le acusaron de botifler (traidor) y sus rivales de Esquerra lanzaron a las redes sociales a su activo más estrepitoso, Gabriel Rufián, con el famoso tuit de las «155 monedas de plata», en el que sugería que Puigdemont, amilanado ante el poder español, se vendía para que no le aplicaran el artículo 155 de la Constitución. «Sé lo que es que te acusen de traidor o de venderte por 155 monedas de plata solo por plantear unas elecciones a cambio de frenar el 155», gimoteaba Puigdemont en otro tuit de 2020, ya huido a Bélgica.
Hoy, en la Diada, algunos de los independentistas más sobreactuados exigirán al prófugo que no negocie la amnistía a cambio de otorgar la investidura a Pedro Sánchez, y le exigirán que vuelva a la batalla. Porque siempre hay alguien más radical que el más radical. Nada podía ser más recargado que el barroco, hasta que apareció el rococó.
Ahora, Puigdemont se enfrenta a otro «momento botifler»: buscar la solución a su problema judicial y personal para volver libre a Cataluña (no tendrá otra oportunidad como esta y el prófugo lo sabe), o rendirse a los más extremistas, como en 2017, y mantener su ficción imperial en Waterloo, donde hasta Napoleón encontró su final.
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