Sin Perdón
No quiero que Puigdemont decida nuestro futuro
«Los españoles no nos merecemos la continuidad del sanchismo de manos de los enemigos de España»
Me resulta difícil de entender que la izquierda política y mediática no se escandalice ante el despropósito de que los independentistas y los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA decidan el futuro de España. No se trata de que gobierne el centro derecha o el centro izquierda. Lo que está sobre la mesa es que Sánchez sea una marioneta al servicio de Junqueras, Puigdemont y Otegi. El término marioneta no es una exageración, porque sus 121 diputados más los 31 de Sumar, harán que presida un gobierno débil sometido a los caprichos de sus aliados. Nadie será tan ingenuo para creer que les moverá el bien común. Los nacionalistas son siempre desleales y solo les interesa obtener beneficios. Por una parte, son oficinas al servicio de intereses clientelares y territoriales que actúan como lobbies. Es un planteamiento extractivo que ha sido característico de la burguesía y las élites catalanas y vascas desde la Restauración hasta nuestros días. Por otra, su objetivo es lograr la independencia. Esto hace que la inestabilidad, la debilidad de las instituciones y la falta de acuerdos de los grandes partidos sean los instrumentos que les permiten avanzar en ese camino.
No me olvido del PNV. Cuenta con el Concierto Económico que le otorga una posición de fuerza y siempre obtiene beneficios gracias a unos pocos diputados. Hay que recordar la frase de Arzalluz sobre la coincidencia de objetivos entre el PNV y ETA: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». Es otra formación que quiere y necesita la debilidad del Estado y a la que no le importa pactar con quien más le convenga si puede sacar tajada. Por supuesto, siempre está dispuesta a la traición, porque está en su ADN. Esto explica que una formación que es tan de derechas como Vox pueda entenderse sin ningún problema con el PSOE, Sumar o Bildu. Estaría encantada de pactar con Abascal si aceptara mantener los privilegios del País Vasco.
Lo que se dirime en la negociación de investidura no es coincidir en la tramitación de un proyecto de ley, sino de sustentar la gobernabilidad de un debilitado sanchismo. El candidato socialista y su equipo fueron hábiles durante la campaña sacando a pasear el miedo a Vox. Les benefició, además, que los dirigentes de este partido decidieran instalarse en el fanatismo en lugar de aprender de Meloni. Sánchez y su poderoso aparato mediático les pusieron la piel de plátano y no solo la pisaron una vez, sino que decidieron hacerlo todos los días. El espíritu del Tinell y el cordón sanitario volvieron a funcionar. Lo siento, pero los dirigentes del centro derecha no pueden ser más canelos. La campaña arrancó perfecta y terminó siendo una sinfonía bien orquestada y dirigida al servicio del inquilino de La Moncloa. Los votantes de Vox, como los de la gran mayoría de partidos, con la excepción de los que apoyan a los herederos de ETA, merecen mi respeto, pero ahora tendrán que asumir que se ha desaprovechado una gran ocasión para cerrar la etapa sanchista.
Una cuestión interesante de este proceso negociador es determinar si cabe la opción de sentarse con Junts. Es algo absurdo, porque su líder es un prófugo de la Justicia. Borràs y Nogueras son los peones de Puigdemont. Es algo que no sucedería en ningún país de la UE. Lo mismo se puede decir sobre los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA. Hay que repetirlo para que no nos intenten confundir diciendo que Bildu es otra cosa. No es verdad. Los que mandan son los cabecillas de Sortu. Una cosa es que, como demócratas, aceptemos los partidos independentistas o que los herederos de ETA se beneficien del marco constitucional y otra muy distinta es que consideremos normal que decidan la gobernabilidad.
El sanchismo ha significado, desgraciadamente, un retroceso institucional inquietante y una ruptura de la división de poderes. Hasta puedo aceptar que el presidente del Gobierno en funciones utilice el Falcon y los helicópteros de la Fuerza Aérea como si fueran un servicio privado de aerotaxi. Incluso que pase sus vacaciones en la Mareta y en Doñana, como hace el presidente de Estados Unidos con las residencias oficiales. Lo que me parece intolerable es que el futuro de mi país lo decidan Otegi, Puigdemont y Junqueras. No entiendo ni el odio a la derecha ni los intereses oscuros de aquellos que aceptan esta situación. Es curioso, porque un buen número de los dirigentes del PSOE y Sumar, así como numerosos personajes del aparato mediático que apoya a Sánchez, incluido el propio presidente, provienen de familias acomodadas. No son proletarios.
Es verdad que nadie es responsable de la condición social o de las ideas políticas de sus padres y familiares. Ni siquiera de que algunos fueran franquistas o indiferentes ante la dictadura. Lo que me cuesta entender es ese odio profundo que los conduce a apoyar el espíritu del Pacto del Tinell y el cordón sanitario. No les importa aceptar y justificar las mentiras o cambios de opinión del sanchismo, que intentan contrarrestar con ataques permanentes a Feijóo y al PP. Un gobierno débil que tenga que asumir las imposiciones de ERC, Junts, PNV y Bildu es una tragedia para España. Es un mensaje de inseguridad jurídica e inestabilidad institucional a nuestros socios de la UE y a los inversores internacionales. Se producirá, además, en un escenario de económico de cumplimiento de las reglas fiscales. Los españoles no nos merecemos la continuidad del sanchismo de manos de los enemigos de España.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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