Escrito en la pared

Hacia el rearme

España es el miembro de la OTAN con menos esfuerzo de gasto militar y parece que el Gobierno no está dispuesto a modificar la tradicional política del «pasajero gratuito» bajo el paraguas de esa alianza defensiva

Que el rearme –la preparación para la guerra– ha entrado con fuerza en la agenda política de Occidente y, por supuesto, de un variado conjunto de países que podrían alinearse con sus enemigos –Rusia, China y algunos de Oriente Medio, principalmente–, es ya un hecho relevante. En Europa, Ursula Von der Leyen advirtió hace meses acerca de la urgencia «de reconstruir, reponer y modernizar las fuerzas armadas». El presidente francés se manifestó inmediatamente en igual sentido y Alemania puso en marcha una reorientación del ejército a fin de establecer «la base formal para una organización que permita hacer la guerra», según declaró su ministro de Defensa. Polonia, a su vez, se abrió a albergar armas nucleares, a la vez que aumentaba sus gastos militares hasta el cuatro por ciento del PIB. En Japón ocurre otro tanto desde que Fumio Kishida se propuso abandonar la política pacifista ante la amenaza rusa. Entretanto, todas las potencias nucleares han emprendido una carrera para reforzar sus arsenales y sus vectores de lanzamiento –misiles, submarinos y aviones–.

Sin embargo, en España, más allá de alguna alusión retórica de la ministra de Defensa acerca del alcance de los misiles balísticos rusos –que llegarían sin problema a nuestro territorio–, no parece que este asunto haya entrado en la agenda gubernamental. España es el miembro de la OTAN con menos esfuerzo de gasto militar y parece que el Gobierno no está dispuesto a modificar la tradicional política del «pasajero gratuito» bajo el paraguas de esa alianza defensiva. Claro que, con los avances que está experimentando la tecnología bélica, en el caso de un conflicto generalizado, esa política está abocada directamente al fracaso. No cabe argumentar que los efectos del gasto militar sobre el PIB son muy escasos porque lo pertinente es comparar el coste de la guerra con el de la disuasión que proporcionan unas fuerzas armadas bien preparadas para ella. «Si vis pacem, para bellum», enseña el adagio. Y además, habiendo recursos ociosos –como evidencia nuestra tasa de paro– el dilema entre «cañones y mantequilla» se diluye, como explicó Paul Samuelson hace muchos años inspirándose en la experiencia norteamericana de la década de 1940. Así que ha llegado la hora del cambio también en esto.