La situación
Un régimen de opinión pública
«A un amplísimo sector social de la izquierda solo le atañen los escándalos de corrupción cuando afectan a la derecha»
Una diferencia esencial entre la democracia y la dictadura es el respeto –o su desprecio– a la opinión pública. De hecho, es cuestionable que en un país autocrático exista algo que pueda ser calificado como «opinión pública». Por el contrario, en eso consiste la democracia. O, como diría Giovanni Sartori, es «un gobierno de la opinión», cuyo sustento reside, precisamente, en el sentir público sobre los asuntos que afectan a todos. Siendo así, un gobernante democrático no puede ignorar el peso de la opinión pública, que no necesariamente coincidirá con el de la opinión publicada.
Y es en ese ámbito de la opinión pública, en el que Moncloa –con su brigada de asesores, unido al muy desarrollado instinto político de Pedro Sánchez– ha conseguido un éxito de primer orden. Porque la imagen (y el número de votos) del Partido Popular se hundieron en los tiempos de sus casos de corrupción, mientras que la expectativa electoral del PSOE, suponiendo que haya decaído, no se ha desplomado ante escándalos similares. Y Sánchez mantiene unidas las filas de su hinchada, a pesar de ser el evidente e indiscutible responsable de haber nombrado como sus sucesivos números dos a José Luis Ábalos y a Santos Cerdán. Un aquelarre similar habría resultado imposible de gestionar por el PP. Y el ejemplo práctico lo tuvimos en 2018, con la triunfante moción de censura presentada por un partido, el socialista, que entonces apenas contaba con 84 raquíticos escaños, de los 350 de la Cámara.
Que el PP actual no aparezca en los sondeos con una solvencia incontestable demuestra que su capacidad punzante es limitada y que, a un amplísimo sector social de la izquierda, solo le atañen los escándalos de corrupción cuando afectan a la derecha. Si afectan a la izquierda, su importancia mengua, porque lo prioritario –como señalaba un antiguo vídeo de campaña en Argentina– es que no gane la derecha. Lo demás les resulta accesorio. Si acaso, incómodo. Pero no más.
Harían bien los populares en asumir esta realidad, porque solo aceptando los hechos, se pueden establecer estrategias para cambiarlos. Y, de momento, no las han encontrado.