Tribuna
La relación entre Europa y América Latina en el proceso global de fragmentación del sistema internacional
La palabra clave es co-presencia. Porque, la inversión es importante y tiene su valor, pero si no va acompañada de un sólido intercambio comercial esta se ve limitada.
Las relaciones entre Europa y América Latina se caracterizan por sus profundos lazos históricos –una mezcla de sentimientos, cultura y actitudes–, a veces opuestas, que se complementan como dos caras de la misma moneda.
Sólo teniendo en cuenta el tenor de esta realidad se puede emprender un análisis serio sobre las causas de la actual pérdida de poder del contexto-Europa en el subcontinente. Ello se debe a que las potencias exteriores –en primer lugar China, pero también Rusia y Turquía– han afirmado su propia capacidad para incorporarse a la zona y han superado progresivamente las convergencias históricas con Europa, proponiendo acuerdos específicos caracterizados por perfiles relevantes de pragmatismo y utilidad mutua.
Este esquema se ha despejado recientemente en el discurso político y geo-económico de la reciente cumbre de Davos, donde se habló abiertamente de un «mundo fragmentado».
La 53ª edición del Foro Económico Mundial (16-20 de enero), ha abordado la compleja coyuntura del bienestar mundial, el estado de los procesos de globalización y la calidad de las relaciones internacionales, bajo el lema «cooperación en un mundo fragmentado». Por primera vez, se utilizó una expresión «realista o neorrealista» de la teoría política para describir el nivel de confrontación interestatal en el sistema internacional; una confrontación que es política, económica y también militar.
En segundo lugar, el análisis político y geopolítico de la cumbre estuvo dominado por los stakeholders de la economía mundial y por los líderes de las potencias emergentes. En este marco, el primer ministro de la India, Narenda Modi, desempeñó un papel destacado, mientras que el llamado primer mundo prefirió mantener un perfil político más bien bajo.
En 2022, India superó a Gran Bretaña –su «antigua metrópoli»– como quinta potencia económica mundial: un hecho rico en simbolismo político que refleja la metáfora de un nuevo orden internacional. En esta dirección, las declaraciones de Modi constituyen un verdadero manifiesto programático: «hemos dejado atrás a quienes nos gobernaron durante 250 años, y más que pasar del sexto al quinto puesto, la alegría estaba en haber dejado atrás años y años de esclavitud; la oportunidad es ahora. ¡No nos paremos!».
La relevancia política de esta declaración de intenciones va mucho más allá de una mera afirmación de principios, por importante que esta sea. Sobre todo, si la colocamos en el marco y en el contexto de la guerra en Ucrania, que cada vez más se asemeja a una verdadera crisis sistémica internacional, tanto en su precondición, cuanto como acelerador de procesos. Estamos prácticamente en una fase de pre-guerra mundial, ya que todos los actores incidentes en el sistema (potencias globales y regionales) están vigilando y recalibrando su posición geoestratégica en todos los escenarios, desempeñando un papel colateral en el conflicto.
En palabras de Kenneth Rogoff, profesor de la Universidad de Harvard, «vivimos en una era de choques múltiples y puede que estemos en un punto de inflexión para la economía mundial». Referirse explícitamente a un «mundo fragmentado» o de schoks múltiples significa acceder a una perspectiva «neorrealista», o según J.J. Meashameir, de «realismo ofensivo», donde cada entidad-Estado se comporta con una lógica «funcionalmente similar», es decir, en la búsqueda continua de sus propias oportunidades en un entorno de «crisis permanente» o permacrisis, caracterizado, precisamente, por choques sucesivos.
Dicho esto, ¿estamos ante un escenario con características totalmente exclusivas o es posible construir otros espacios de operatividad en las relaciones entre Estados? Para ser más claros: en un ámbito tan complejo y competitivo, ¿es posible un enfoque multilateral y cooperativo capaz, ya no digamos de superar las dinámicas actuales –que es una perspectiva de paradigma–, sino al menos avanzar en una agenda paralela, sumar supuestos reales de proximidad, de conexión empática y de oportunidades comunes?
Las dos orillas del Atlántico, Europa y América Latina, están unidas por conexiones indisolubles de cultura, lengua, identidad y valores: sólo la recuperación de esta perspectiva empática podría redefinir la base fundamental, el espacio operativo para proponer un nuevo y original esquema de confianza y de co-presencia.
La palabra clave es co-presencia. Porque, la inversión es importante y tiene su valor, pero si no va acompañada de un sólido intercambio comercial esta se ve limitada. Solo el intercambio comercial, es decir, colocar, radicar productos en ambos sitios, genera valor añadido. Esto hace la diferencia.
Además, la localización del producto, entendido como «bien económico» en su dimensión «material» e «inmaterial» en ambos lugares, produce una conexión funcional: transferencia de conocimientos, tecnología, movilidad de personas, por tanto impacto en el territorio. Esto conduce a la elevación de los niveles de calidad de la sociedad más débil –en compensación con el superávit de la más fuerte–, a la sinergia y a la producción de otras oportunidades.
Obviamente, la escalada parte de lo básico, de un principio de subsidiariedad: de lo más cercano para luego alcanzar y concretarse en objetivos estratégicamente más relevantes. Temas complejos como el cambio climático, la crisis energética y la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo tienen, sin duda, más posibilidades de éxito si encuentran este sustrato empático de convergencia.
La iniciativa de la UE del Pacto Verde Europeo (Gren Deal), lanzada como programa de gobierno de la Comisión Europea presidida por Ursula Von der Leyen en julio de 2019, que se convirtió en propuesta detallada en diciembre del mismo año, por ejemplo, puede ser un puente estratégico e importante entre ambas orillas del Atlántico.
La estrategia de co-presencia es también uno de los factores más relevantes. La puesta en marcha de proyectos de esta intensidad por parte de la UE crearía en el área latinoamericana las condiciones para el inicio de procesos de desarrollo «race-to-the-top» altamente beneficiosos para las partes.
Proponer inversiones de alta calidad en sostenibilidad social y medioambiental, planificación urbana y movilidad, mediante la implicación de las comunidades locales, centros de conocimiento (como universidades, think tanks, centros de investigación...) obligaría a todos los demás competidores de la zona –en primer lugar China– a adoptar un enfoque adhesivo similar, es decir, una oferta de proyectos con criterios de calidad similares para seguir siendo competitivos.
Este marco permitiría a la UE moverse y actuar con un doble potencial, es decir, también a través de lo que Anu Bradford denomina «poder normativo»: un proceso de influencia –estatus codificador– que no debe subestimarse y que se configura como un nuevo y productivo poder blando de la UE en los asuntos globales.
Este espacio de acción puede representar quizá la forma más pragmática e incidentes de cooperación en un mundo que, de hecho, está cada vez más «fragmentado».
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