El canto del cuco

Por San Martín

La gente se consuela sabiendo que no hay mal que cien años dure. Hay que esperar pacientemente a que al abusador, al maltratador, al tirano, le llegue inexorablemente su sanmartín

Mañana es San Martín, el de la capa. ¡Pobres cerdos! Por San Martín llegaba el primer ramalazo de frío y se inauguraban en el pueblo las matanzas, que seguían hasta bien entrado el invierno, cuando la nieve envolvía el caserío y convertía las calles en intransitables. El sacrificio del cerdo, con toda la familia asistiendo en el portal, festivamente, al rito sangriento, hace tiempo que ha dejado de celebrarse. La sensibilidad animalista actual lo impide. Los que asistimos de niños con naturalidad, sin el menor sentimiento de compasión ni de culpa, a semejante espectáculo, aún no habíamos perdido la inocencia. Eso explica aquel alegre comportamiento nuestro, del que no nos arrepentimos. No recuerdo que la muerte haya sido nunca tan celebrada y popular, salvo quizás la del toro en la plaza. Uno no está seguro, sino todo lo contrario, de que el nivel ético de la humanidad haya subido desde entonces.

Seguramente por eso sigue vigente entre el pueblo llano, con un punto de crueldad justiciera, el antiguo y extendido refrán de que «a cada cerdo le llega su sanmartín». Este dicho, con leves variantes, es también popular en otros países, como Francia, tanto como la devoción a San Martín de Tours, el que, siendo soldado, partió su capa con la espada y le dio la mitad a un mendigo que estaba vestido de harapos y aterido de frío. Nadie ha derogado todavía esta extendida sentencia popular, confirmada rigurosamente por la experiencia, aunque todo se andará. No faltarán los que aleguen que destila odio bajo la capa de hacer justicia. Pero la frase es un pozo de sabiduría. Se aplica con evidente fruición a los poderosos que abusan de su poder. Líbreme el cielo de señalar hoy a nadie. Quevedo los describe bien: «Tales son las grandezas aparentes /de la vana ilusión de los tiranos, / fantásticas escorias eminentes». Recurren al refrán, sobre todo, quienes sufren esos abusos y no tienen capacidad humana de evitarlos. La gente se consuela sabiendo que no hay mal que cien años dure. Hay que esperar pacientemente a que al abusador, al maltratador, al tirano, le llegue inexorablemente su sanmartín. Para eso, la imaginación popular, desde tiempo inmemorial, echa mano de la lustrosa imagen del cerdo bien cebado, que sale horondo y confiado de la pocilga y es apuñalado, indefenso, en el banco de matar, rodeado con alborozo por chicos y grandes. Ocurre siempre por San Martín cuando se recogen los membrillos aprovechando el veranillo breve, empieza un nuevo ciclo en el campo y pasan las grullas por el cielo camino del Sur.