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Sánchez, 107 años de poder y varias guerras fratricidas

Tres guerras fratricidas que, en último extremo, apuntalan al presidente en la Moncloa porque lo último que haría cualquiera de ellos es facilitar su caída para que llegue el PP

Iosif Stalin (1878-1953), el sanguinario dictador soviético, defendía que «el partido se fortalece depurándose». Asumía las recomendaciones de Ferdinand Lassalle (1825-1864), agitador socialista alemán, amigo de Marx (1818-1883) y Engels (180-1895), y para algunos un precursor –remoto, radical y muy discutible– de la socialdemocracia. Pedro Sánchez está, hay que decirlo, a distancias siderales de las doctrinas de todos ellos, lo que no impide que practique, con éxito indudable hasta ahora, la fórmula de la depuración interna, de la que la autodefenestración –no tenía muchas más salidas– de Juan Lobato es el penúltimo ejemplo. El inquilino de la Moncloa había programado un Congreso federal del PSOE a mayor gloria de sí mismo. Quizá no logre todos sus objetivos, sobre todo de puertas afuera, pero el cierre de filas es y será total y, ni tan siquiera, los «pepitos grillos» de turno se atreverán a discrepar en lo más mínimo. Tiene todo el poder en el PSOE y también la opción de repartirlo como quiere. Sánchez, por otra parte, al margen del valor de su palabra, acaba de decir que aspira a volver a gobernar mas allá de 2027, la fecha teórica de las próximas elecciones. Aflora un deseo de autoperpetuación y recuerda a aquella UCD de Adolfo Suárez (1932-2014) en la Transición que aspiraba a gobernar nada menos que ¡107 años! (sic). Luego todo quedó en media docena, pero esa es otra historia.

El líder del PSOE controla y domina a sus huestes, pero su permanencia en el poder depende de aliados con ideologías incluso opuestas y que, además, libran sus propias guerras internas. Un equilibrio tan inestable, como sólido. A la izquierda de los socialistas, Sumar y Podemos, o lo que es lo mismo, Yolanda Díaz y Pablo Iglesias –con Irene Montero e Ione Belarra, claro– andan a la greña, preocupados, sobre todo, en destruir al correligionario convertido en enemigo. No es un tema ideológico, es pelea por el poder. En la banda indepe-nacionalista, Sánchez se apoya en ERC, que ahora ventila su liderazgo, cuyo primer objetivo, por encima de la independencia, es hundir a su rival de Junts y a Puigdemont, claro. Otra guerra parecida se libra en el País Vasco, entre el PNV y Bildu, que, sobre todo, luchan por la hegemonía en la zona. Tres guerras fratricidas que, en último extremo, apuntalan al presidente en la Moncloa porque lo último que haría cualquiera de ellos es facilitar su caída para que llegue el PP. Mientras, y por lo que pudiera pasar, Sánchez se fortalece con depuraciones, según el consejo de Lassalle y Stalin.