La situación

Sánchez y la historia

Despedazados todos los principios básicos sobre compañías inconvenientes, negociar la amnistía con un prófugo para incluirla en ese cóctel extravagante era un simple trámite

En sus más de cinco años en Moncloa, el presidente ha mencionado varias veces su preocupación por el relato que la historia hará de su mandato. La primera conversación de este jaez de la que se tiene referencia la relató Máximo Huerta, que fue ministro de Cultura de Pedro Sánchez durante una semana (debido a unas discrepancias con Hacienda, que el presidente no quiso que empañaran su recién estrenado reinado político; Sánchez nunca volvió a ser tan expeditivo con casos mucho más serios que se produjeron después).

Huerta contó a los espectadores de El Hormiguero, en Antena 3, que cuando acudió a Moncloa, «lo paradójico fue que tras decirle que dimitía empezó a hablarme de él y a decirme que todos los presidentes acaban mal en política. Me puso de ejemplos a González, Rajoy, Zapatero.... “¿De mí qué dirán?”». Para entonces, Sánchez llevaba solo una semana en Moncloa y ya se sentía histórico.

El presidente debe de estar tranquilo, porque tiene un lugar de postín reservado en la reciente historia de España. Es cierto que ocupar un capítulo en los futuros libros de historia no asegura que ese capítulo se escriba a favor del protagonista. Pero ya nadie se lo podrá hurtar. Y días como el de ayer tendrán su espacio, porque nunca ningún presidente se atrevió a hacer algo parecido: llevar al Parlamento una amnistía para borrar –esta vez sí– de la historia el proceso independentista, aunque perdiera la votación (de momento).

La única manera de no acabar mal su mandato y evitar, así, figurar en la lista de quienes salieron mal de Moncloa, es no salir de Moncloa. A cambio, todo se negocia y con cualquiera. Sánchez lo tuvo claro cuando fue expulsado de la secretaría general del PSOE en 2016: solo sería presidente si aceptaba como socios a quienes nunca ningún socialista había aceptado como socios. Primero, a la extrema izquierda de Podemos. A partir de ahí, a Esquerra y Bildu. Y, desde hace unos meses, al partido de Puigdemont. Despedazados todos los principios básicos sobre compañías inconvenientes, negociar la amnistía con un prófugo para incluirla en ese cóctel extravagante era un simple trámite. Histórico, pero trámite al fin.