Con su permiso

No va sólo de entretener

La huelga de máscaras y bolis caídos va a ser algo más. Acaso un termómetro. Acaso un pulso entre el presente y el futuro

Se pregunta Noelia cuánta gente de su gremio habrá caído cuando Meryl Streep recoja en octubre próximo el premio Princesa de Asturias de las Artes. La actriz es uno de los rostros de la huelga de actores de Hollywood que se han unido a los guionistas para protestar por sus condiciones de trabajo después de no haber podido llegar a un acuerdo con su patronal, que son los grandes estudios y productoras como Netflix, Amazon, Disney, Apple, Paramount o Sony.

Lo primero que piensa Noelia es que la huelga, a la que responden más de 160.000 afiliados al sindicato de actores SAG-AFTRA, y los 11.500 guionistas del WGA, que llevan protestando desde mayo, le va a dejar sin series este verano. Si con los creadores de brazos caídos o con los ordenadores cerrados se habían parado los rodajes de unas cuantas, el concurso ahora de los actores las paralizará prácticamente todas. Y a través de series y películas ha conocido ella cómo actúan allí los sindicatos y de qué forma las leyes que regulan las normativas laborales pasan en gran medida por los criterios y la acción de esas organizaciones. Los piquetes ya están en las puertas de los estudios y los actores, incluso los no afiliados, no solo no podrán trabajar, sino tampoco hacer promoción de sus trabajos o participar en ceremonias de premios. Más vale que para octubre la cosa haya terminado y podamos ver a Meryl Streep en Oviedo.

Hasta ahí la mirada superficial, la epidermis de esta historia en lo que tiene de relato visible y decorado o puesta en escena. Pero hay mucho más. Profesionales como la Streep, Ben Afleck, la australiana Charlize Teron, Jennifer Lawrence o el cómico Ben Stiller, que apoyan y defienden la huelga, no tendrán, probablemente, problemas económicos para afrontar lo que haga falta. Sin embargo, la mayoría de sus colegas de profesión que, como en todo el mundo, o no trabajan o lo hacen cuando tienen suerte, afrontan un tiempo complicado. De hecho, desde la propia industria audiovisual, la patronal deja caer que ya volverán a la mesa de negociación los guionistas y los actores cuando empiecen a embargarles las cuentas y pierdan sus casas. Así se plantea el pulso dentro de una industria que es mucho más que un trabajo, un negocio o un entretenimiento. Además, observa Noelia, uno de los filos más sobresalientes del conflicto toca directa y abiertamente a una parte de sus preocupaciones personales de futuro. Y piensa que debería incomodar más de lo que parece hacerlo a la mayoría de las personas. Es la Inteligencia Artificial. Tanto los directores como ahora los actores de Hollywood, le ven ya las orejas al lobo del algoritmo y exigen que ni la creación de historias ni de perfiles de interpretación basados en profesionales de carne y hueso, invadan sus territorios hasta dejarles definitivamente sin trabajo. Que las máquinas no ocupen nuestro lugar, claman los creadores y los intérpretes en esta huelga extraña y trascendente.

Una huelga, se dice Noelia, que no nos pilla tan lejos. O no debiera. Porque no se trata tan solo de preservar puestos de trabajo en una industria en cambio constante, en tanto la innovación tecnológica forma parte de su adn. Lo que aquí se juega es el límite que se le haya de poner a la capacidad de las máquinas para la creación artística. El cine, las series, los programas televisivos en directo que se sirven de guionistas y emplean actores o presentadores, son, por encima de cualquier otra consideración, hechos culturales incuestionables como la literatura, la pintura o cualquier otro arte clásico. Hasta ahora, esa creación es territorio propio de la condición humana y su capacidad de explosión de talento y emoción ante las obras únicas. Al parecer, ni guionistas ni actores han conseguido que los grandes estudios y productoras se comprometan a que eso no sea devorado por la fría y disciplinada herramienta de la Inteligencia Artificial, infinitamente más barata, pero también menos sensible.

Lee Noelia que esta industria genera, solo en Estados Unidos, casi dos millones y medio de empleos y 170.000 millones de euros al año. Van a perder dinero los huelguistas y lo van a perder también los estudios, pero la huelga de máscaras y bolis caídos va a ser algo más. Acaso un termómetro. Acaso un pulso entre el presente y el futuro. Acaso una exhibición de la capacidad de un sector social y económico puntero para preparar el horizonte inevitable de nuestra relación con la Inteligencia Artificial.

No se trata de agitar el miedo, o la inquietud que tienen millones de personas como Noelia, sino dejar claro ya desde el mundo artístico que la Inteligencia Artificial solo podrá desarrollarse mano a mano con los humanos que la hemos creado, y nunca en un camino distinto, ni siquiera paralelo.

No fuimos capaces de detener el desastre climático aunque lo teníamos delante, al menos no perdamos esta otra batalla contra nosotros mismos. Que la creación, en el sentido más amplio del término, pueda seguir siendo singular y privativa de los seres humanos.

Sabe Noelia que es un pensamiento ingenuo, una aspiración íntima que se está quebrando ya con posibilidades al alcance de cualquiera.

Pero que al menos no se le siga dando cuerda.