La situación
Sumar y el cainismo
«Sumar es ahora lo que fue Podemos, pero sin Pablo Iglesias ni sus adláteres»
El entretenido desenlace (solo parcial, porque asistiremos a nuevos episodios de esta vodevilesca serie) que ha tenido la conformación de Sumar ha ofrecido todos los elementos propios de las batallas cainitas y descarnadas habituales en la extrema izquierda. La herencia comunista no termina de diluirse en ese sector del espectro político, donde la cultura de la cancelación sobrevuela cada nuevo proyecto.
Sumar es ahora lo que fue Podemos, pero sin Pablo Iglesias ni sus adláteres (el líder que purgó a todo aquel que tosía a su alrededor, ahora puede ser purgado, junto con los suyos, por no dejar de toser). Podemos fue lo que antes pretendió –sin éxito– ser Izquierda Unida, pero sin Cayo Lara ni su nomenklatura. Y todos ellos no fueron ni son otra cosa que la nueva cerilla que se utiliza para sustituir a la anterior, y evitar que se apague la llama de quienes en su día veneraron todo lo que había al otro lado del Muro de Berlín, y ahora veneran lo que hay en determinados países de Latinoamérica.
Porque nadie debe ignorar la militancia comunista de Yolanda Díaz (semioculta por sus formas educadas y su fino estilismo), ni la labor encubierta pero determinante de Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España, a la sombra de Díaz.
Sumar aspira a recuperar una parte de lo mucho que ha perdido Podemos desde que disfrutó de setenta diputados en 2016, hasta quedarse en la mitad en la legislatura que ahora termina. Su líder nos dijo que «Sumar no va de partidos» y, sin embargo, ahora presume de haber conformado una coalición de quince siglas, algunas de las cuales aparecerán en las listas electorales, como en el caso de Compromís.
El proceso para registrar la coalición ha sido un ejemplo casi impúdico de en qué consistía el proyecto. Primero, colocarse en uno de los pocos puestos de las listas que aseguran escaño, para no quedarse en el paro ni dar por terminada la carrera política. Segundo: ocupar espacio suficiente para controlar el grupo parlamentario si vinieran mal dadas. Y tercero, el reparto del limitado dinero disponible después de las elecciones. Todo muy ideológico.
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